El 21 de enero por la noche, el municipio colmenareño se inunda de una neblina de humo de hoguera aderezada con un agradable olor a tomillo. Es al atardecer cuando los vecinos del pueblo encienden una lumbre en la puerta de sus casas para la tradicional quema de tomillos. Los colmenareños aprovechan las ascuas de la hoguera para para reunirse entorno a ellas y cenar acompañados de familiares y amigos.
Esta tradición comienza en tiempos de la peste, cuando el pueblo estaba infectado por esta devastadora enfermedad. Los vecinos desesperados llamaron a los mejores médicos y científicos de la época, pero no lograron encontrar solución alguna.
Durante un tiempo los pocos habitantes que quedaban en el pueblo quemaban tomillos con la intención de calmar el hedor producido por la peste, pero ni comerciantes, ganaderos, ni visitantes querían acercarse al municipio por miedo al contagio.
Un día el Alcalde convocó una reunión en la que se tomó la decisión de quemar el pueblo con todos los bienes y enseres que había en él y trasladarse al otro lado del arroyo dónde construirían una vida nueva y dónde evitarían esta terrible plaga.
Así fue, el pueblo de Colmenar del Arroyo ardió y con él cualquier rastro de aquella terrible enfermedad, tristes pero aliviados construirían al otro lado del arroyo una vida mejor.
Desde ese momento hasta nuestros días, en el día de San Vicente se tiene la costumbre de quemar retamas y tomillos en la puerta de las casas como recuerdo de lo sucedido.
El día 22 hay misa en honor al santo y después se le saca en procesión hasta el punto más alto desde donde se bendice el pueblo. Después, se invita a limonada y tostones a todos los vecinos en la plaza del pueblo.
Este año como novedad, las niñas de la escuela de danza de Colmenar han bailado la jota del pueblo en la puerta de la iglesia ante el Santo.