- Por Miguel Moreno González.
Durante el coloquio del mediodía de la jornada taurina cadalseña del 16, en la Casa de la Cultura, Alejandro Rubio mira entre sorprendido y circunspecto todo lo que nos rodea. Samuel Castrejón observa tímido, cercano y con expresión reservada la sala. Roberto Cordero sintetiza las miradas de los tres. Es melancólica y emotiva. Parecen todos de Cadalso y el ganadero lo sabe. Por eso apuesta por el toro de transmisión, de dominio y de poder. Será una tarde cadalseña llena de sicología y de sol. En tardes hermosas como ésta, se nos helaba el corazón en las plazas de toros cuando los toreros toreaban sollozando hacia dentro su emoción. Gracias por estar aquí y torear en nuestro pueblo.
En la tarde del mencionado 16-09-24 se anunciaba una novillada sin picadores. Tarde espléndida con ambiente magnífico. Y se nos heló el corazón pero además de emoción también de angustia… Toreaban dos cadalseños, Roberto Cordero González y Samuel Castrejón Obiang, acompañados de Alejandro Rubio, que tuvo una actuación sobresaliente en Cenicientos. Novillada sin caballos (como a las que iba con mi padre) de Valdellán, bien presentada, con sentido, armada y astifina, en línea a su encaste de Santa Coloma. Los tres primeros flojearon y pasaron sin pena ni gloria. El cuarto se llamaba Navarro, número 16, negro, nacido en noviembre de 2021. Salió abanto y pendiente de todo. Roberto demuestra al recibirle que está en buen momento; pero el bicho se parecía a esos granujas que en las películas de cine negro esperan detrás de una esquina oscura al protagonista para asestarle una puñalada trapera. Brinda a su peña y a la mía, La Muñana. Roberto después de una faena aseada andando con majeza y seguridad ante la res toma la espada. Desgraciadamente no acertó de primeras y el novillo se orientó aún más de lo que ya estaba. Se perfila de nuevo cerca de las rayas (pintadas sin necesidad porque no había picadores). El burel se arranca fijo hacia su pierna derecha y le prende con los bisturís de sus pitones sin hacer caso a nada. Le da una cornada certera, le gira sobre el pitón y lo arroja a la arena. Todo sucede en segundos, acontece justo enfrente de Paloma y servidor y próximo, afortunadamente, a la Puerta Grande. Observo horrorizado que brota la sangre de su muslo por un boquete como si fuera un aspersor. Roberto se queja, mira la herida desde el suelo sin poder incorporarse y es consciente inmediatamente que tiene una cornada “de caballo”. Gira la cabeza abatido y ya no vuelve a mirar más cerrando los ojos. Imaginé lo que él pensaría en ese instante fugaz como la vida: “Que sea lo que Dios quiera…” Doy un golpe contra la madera y le grito a Paloma: “¡¡¡Le ha partido la femoral…!!!” Desde el primer instante lo supe. He visto cogidas semejantes a Curro Vázquez, Pepe Luis Vargas, Agapito García Serranito, Paquirri, José Luis Bote… y la forma de salir la sangre a borbotones no engaña. Al poco toda la plaza lo intuye. Se hace un silencio sobrecogedor, temeroso, sepulcral… Hay 65 o 75 músicos en la plaza y solo se oyen “los sonidos del silencio”. La primera peña que arría su pancarta es La Muñana; salen cabizbajos, temerosos y apenados antes de que se anunciara la suspensión del festejo. Sentían en su ser el miedo que, a su vez, se adueñó de la plaza. Al poco les acompañan el resto de Peñas y todos los espectadores. Yo le repito a mi mujer conmovido: “Le partió la femoral…” Y entonces recuerdo que había regalado la entrada de mi hijo —que se iba de vacaciones— a un varón maduro que estaba sentado enfrente de las taquillas. Como se sentaban cuando yo era niño esperando un obsequio. Siento cargo de conciencia, este señor habrá pensado: “¿A santo de qué me dio este hombre la entrada si esto es desconcertante…?”
Su hermano Alejandro recorre inquieto el callejón con la cara desmadejada. Se engancha con un clavo que sobresale de las tablas y se desgarra la manga izquierda de su inmaculada camisa blanca. Pasado un tiempo, puntualmente, su padre informa al pueblo mediante “audios de guasap” con una sangre fría admirable. Son perfectamente claros, timbrados y técnicos. El primero es espeluznante: “Si no es por la cirujana de Cadalso, hoy estaría enterrando a mi hijo Roberto, pinzó la arteria con su mano.” Horas después añade: “Los médicos temen por su pierna. No le llega el riego sanguíneo”. Me impresiona oírlo y me vengo abajo: “Si veo a Roberto cojeando por nuestra calle cadalseña de Los Sauces (somos vecinos), no vuelvo a pisar una plaza de toros…” Van pasando las horas y los médicos obran el milagro en el Hospital Juan Carlos I de Móstoles. Le visité en la UCI el viernes 20, estaba acompañado por su madre Valentina, le encontré, tanto física como síquicamente, salvado. Los valientes transmiten valor a los indecisos. Me habló con entereza y consciente de su estado. Salí contento. Pienso que es obligado hacerles un homenaje popular a los “santos” que salvaron a Roberto Cordero. Además de hacerles un hueco en las Tertulias Taurinas que tan acertadamente programa la Asociación Taurina de Cadalso las tardes de noviembre. La fuerza que impulsa al ser humano a cotas sublimes es el agradecimiento…
Mis paisanos son buenos como toreros y como personas. Los espectadores aplauden emocionados a los novilleros dentro y fuera del recinto cuando se comunica por megáfono (falta un equipo de sonido adecuado) la suspensión del festejo. Ellos dieron la cara en su pueblo desde el primer instante sin ningún alivio ni ventaja, con novillos irreprochablemente bien presentados. Como lo hacen los toreros grandes. Roberto y Samuel querían que sus paisanos fueran conscientes de su dignidad y honradez. El día de la Pólvora nos encontramos Roberto y servidor en la Plaza del Ayuntamiento. Le felicité por su triunfo dos días antes en la plaza de Villa del Prado. Es muy buena gente, educado, cordial, con voz rotunda y segura. Tiene una sonrisa que es el espejo de sus nobles sentimientos. Se me quedó mirando un segundo y nos abrazamos. Volví a emocionarme una vez más (es la edad, estoy convencido…)
Llega el otoño. Recojo los toldos, saludo a la salamandra de cada verano y guardo los cachivaches veraniegos del jardín. Va refrescando bastante al anochecer. El otoño llega a nuestros cuerpos y a algunas almas. Me lo advierte el niño Moisés: “Abuelo, cierra la puerta que tengo frío y mi hermano Daniel se puede constipar…” Y es que cada día otoñal sucede algo que nos llena de paz.