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Reflexiones de fin de año sobre la sanidad en la Comunidad de Madrid

En estos días propensos a la reflexión y los buenos propósitos, en los que la epidemia de Gripe A satura todos los servicios de Urgencias Extrahospitalarios y Hospitalarios, y las consultas de Atención Primaria de los Centros de Salud (las de adultos y las pediátricas), me he parado a evaluar qué estamos haciendo con nuestra Sanidad Pública unos y otros y qué parte de responsabilidad tiene cada uno en el visible deterioro de la misma.
Por empezar de arriba abajo:
-El Ministerio de Sanidad, que perpetúa las condiciones laborales extenuantes de todas y cada una de las categorías profesionales que se ocupan de los cuidados de la salud.
-Un Ministerio y un Gobierno de la Nación, que mantienen vigente la ley que permite las fórmulas de gestión privada de una sanidad que nunca debería ser tratada como un producto que debe generar beneficios (ley 15/97). Una ley que hace muchos años favoreció la entrada de las grandes empresas, como la que gestiona el Hospital de Torrejón, de funesta actualidad estos días pasados.
-Unas Comunidades Autónomas que se ocupan de gestionar los impuestos de todos sus ciudadanos y han preferido desviar los fondos asignados a la Sanidad Pública a las empresas de sus respectivos “amiguetes”, esos que emplean a sus familiares y/o parejas y que los colocarán a ellos una vez terminada su etapa política (la famosa puerta giratoria).
-Unos consejeros de Sanidad provenientes de esas mismas empresas privadas y que parecen más gestores de las mismas que empleados al servicio de los ciudadanos que les pagan los sueldos con sus impuestos.
-Las empresas privadas de la sanidad (que gestionan hospitales públicos), con nombres y apellidos como Ribera Salud, Quirón, HM, etc., etc., que obligan a sus empleados (a los que se dejan, claro; a los otros les despiden) a rechazar pacientes por su baja rentabilidad, a robar pacientes de otras áreas sanitarias (por los que ganan un dinero extra), mientras incrementan las listas de espera de sus pacientes asignados (por los que cobran un fijo al año).
Hace no muchos años, una médico de familia recién terminada me contaba las condiciones de su contrato y sueldo en un Hospital Público de esos gestionados en concreto por Capio (ahora Quirón):
o sueldo base mísero,
o incentivos económicos por cada paciente dado de alta desde la urgencia; por cada paciente que generase una derivación a consulta especializada pero no desde la urgencia del hospital, sino a través del médico de familia (se pagan aparte); y por cada paciente “robado” a otros hospitales cercanos.
Una ingeniería salarial que era la única forma de conseguir un sueldo decente que permitiese a un médico joven formar una familia. La perversión de la medicina.
-Esos médicos peseteros (por suerte no todos) que han cedido a esas maniobras empresariales y han comprado los argumentos, considerando a los pacientes como meras mercancías, perdiendo el más básico espíritu de decencia y ética profesional, o que han perpetuado un sistema abusivo con sus propios compañeros cuando se convierten en tutores de los nuevos médicos en formación, aprovechándolos como mano de obra barata en lugar de tratarlos como compañeros a los que enseñar su experiencia más amplia y a los que apoyar en sus más que justas reivindicaciones sobre unas mejores condiciones laborales para todos:
o un sueldo más acorde a las responsabilidades ejercidas,
o unas guardias menos extenuantes y duraderas, mejor pagadas y que coticen como tiempo trabajado para la jubilación, etc.
-Los médicos que menosprecian al resto de categorías profesionales (tampoco todos, por suerte), como si no fuesen igual de importantes y necesarias; el clasismo médico es todavía hoy una lacra en algunos de mis compañeros y una rémora para el mejor funcionamiento de los distintos equipos y departamentos.
-Esos profesionales sanitarios que, hartos del maltrato de sus jefes, en lugar de reivindicar mejoras, pagan su frustración con la indiferencia y el descuido a sus pacientes, sin ponerse en la piel de los mismos o de sus propios compañeros, cuando bloquean las citas en consulta y derivan a los pacientes a la urgencia extrahospitalaria sin valorar siquiera la necesidad de esa derivación, con instrucciones peregrinas a las Unidades Administrativas, que en ningún caso tienen la formación y la capacitación para hacer el correcto triaje de los motivos de consulta.
-Esas unidades administrativas que asumen esa responsabilidad sin pensar en las posibles complicaciones de un posible error de triaje.
-Una parte del colectivo de enfermería que, para reivindicar que se les otorguen las funciones y nivel laboral y económico para los que están más que preparados, se dedican a menospreciar al resto de sus propios compañeros enfermeros, que entienden su función integrada en un equipo multidisciplinar donde las decisiones sean compartidas y no suplentes de las de los médicos.
Esos mismos enfermeros que, debido a que han sufrido clasismo médico, ejercen ese mismo clasismo con las TCAEs (las antes conocidas como auxiliares de enfermería).
-Ese menosprecio de los gestores hacia los servicios complementarios:
o Celadores (tan necesarios para la realización y ordenación del trabajo diario).
o Auxiliares administrativos, a los que cada vez más pretenden sustituir por sistemas de citación basados en algoritmos impersonales, en una labor que tanto necesita del toque humano y la empatía.
o Los servicios de limpieza, que casi resultan invisibles a los ojos de todos (sanitarios, gestores y pacientes), pero que, si no funcionan adecuadamente, paralizan todas las actividades diarias
o Los cocineros y pinches de cocina, de los que depende la correcta alimentación de pacientes y trabajadores en los hospitales y la buena evolución de la salud en los postoperatorios (por ejemplo).
o Los servicios de esterilización del material, que preparan y mantienen en perfecto estado de uso los instrumentos de trabajo que todos usamos en este contexto.
o Etc., etc.
-Y en la base de esta pirámide sanitaria, la más importante: la CIUDADANÍA, que abusa de los servicios sanitarios para cosas absolutamente banales e innecesarias en muchas ocasiones y que podrían ser correctamente manejadas por ellos mismos si nuestra “Avanzada Sociedad” no hubiese hecho dejación de las funciones de autocuidado más básicas.
Manejar una pequeña diarrea, una pequeña fiebre sin más síntomas, un cuadro catarral sin complicaciones, un dolor de garganta sencillo, un dolor dental o de regla, una pequeña erosión por una caída de las que se ve claramente que no necesitan sutura, una picadura de insecto que no afecta al estado general o una torcedura de tobillo simple, de las que todos tenemos experiencia propia o cercana, etc. No deberían saturar los Servicios de Urgencias ni las consultas de Atención Primaria, al menos hasta que no aparezcan síntomas más importantes o no mejoren tras varios días con las medidas básicas que todos conocemos (analgésicos, antitérmicos, reposo, hidratación o frío en su caso), ampliamente difundidas en los medios de comunicación y redes sociales a todas horas.
En fin, que tanto reflexionar, no se me ocurre una solución fácil a la situación y solo pienso que al final:
“ENTRE TODOS LA MATARON Y ELLA SOLA SE MURIÓ”.

María Isabel de Barrio Tejada, médico de Urgencias extrahospitalarias de la Comunidad de Madrid.

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