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El fin del consumismo y el comienzo de modelos solidarios

Vivimos en una sociedad enferma por la necesidad de consumir de forma constante, casi compulsiva. Al igual que los drogadictos necesitan su dosis diaria, la mayoría de ciudadanos necesitan consumir para sentirse bien. La economía global se basa en el consumo masivo y en la sustitución más o menos rápida de los productos por otros nuevos. ¿Cuánto dura hoy día una lavadora, un frigorífico, un televisor, un teléfono? Todo es diseñado para que dure un tiempo programado y se estropee para ser sustituido por otro más moderno, más pequeño, más rápido.

Desde pequeños se nos condiciona para participar en la rueda inexorable del consumo. Los niños tienen muchos más juguetes que en ningún otro momento y sin embargo no juegan con ellos, los adultos les enseñamos de forma inconsciente que el cariño se materializa y valora a través de los regalos. Es mucho más sencillo hacerles un regalo que dedicarles más tiempo o preocuparnos  por sus emociones y su mundo interior.

Según vamos creciendo, las ataduras con el consumo se van haciendo más fuertes y adictivas. Demasiados adolescentes se sienten frustrados si no tienen la ropa de cierta marca, videojuegos o un teléfono móvil de última generación. La inseguridad propia de la edad es reforzada por una multimillonaria maquinaria publicitaria que les inculca la idea de que para ser respetados y valorados tienen que consumir esos objetos carísimos, aunque son fabricados en países tercermundistas en condiciones de semiesclavitud.

La economía mundial se basa en crear todo tipo de necesidades, verdaderas o inventadas y satisfacerlas temporalmente, este proceso es infinito, ya que nuestra capacidad para crearnos continuas necesidades ficticias también lo es. Esta filosofía consumista que ha imperado durante gran parte del siglo pasado y se mantiene y se potencia en nuestro siglo, al incorporarse millones de nuevos consumidores de los países en desarrollo, contrasta con la evidencia científica de que vivimos en un mundo con recursos naturales finitos. Pero algo tan sencillo como que los recursos son limitados y que es imposible mantener los niveles de consumo actuales se nos hace extremadamente difícil de interiorizar.

Nos han enseñado a buscar la felicidad a través de poseer todo tipo de bienes, aprendimos a juzgar a las personas por lo que poseen y no por lo que son, interiorizamos que el dinero y el consumo son los principales medios para conseguir la plenitud como seres humanos. La obtención de dinero se ha convertido en un fin en sí mismo y ninguna cantidad es suficiente.

En tiempos de crisis esa falta de dinero acarrea, además de penurias materiales, unas consecuencias psicológicas devastadoras, la falta de capacidad de consumo te arroja a la exclusión social y a la depresión psicológica. Sin embargo no todo el mundo es esclavo del consumo, cada vez más gente rompe las cadenas con un consumo estéril y derrochador, tratando de vivir de forma alternativa, huyendo del modelo habitual, reuniéndose con otras personas con expectativas parecidas y creando entre todos nuevos modelos de consumo responsable  viables para comunidades pequeñas.

Estos extraños tiempos que vivimos han servido y servirán cada vez más para que se muevan ciertas corrientes sociales, grupos de personas que son capaces de juntarse para proponer proyectos comunes, solidarios. Proyectos que solucionan situaciones individuales complicadas; algunos dan trabajo, otros buscan mejorar la alimentación de un colectivo, pero todos promueven la relación social, hacer grupo, crear comunidad.

Este mes en A21 nos acercamos a colectivos cuyos miembros están consiguiendo vivir de otra manera, con otros valores y cambiando exitosamente sus prioridades vitales.

Muchos los tacharán de utópicos, de hippies trasnochados. Sería  prudente y sensato acercarse a estos movimientos sociales sin prejuicios y trasladar muchos de sus proyectos  a los pueblos de la Sierra Oeste.

La crisis va a provocar que miles de vecinos de nuestra comarca pierdan gran parte de su capacidad de consumo.  Sin embargo, los efectos de esta tragedia pueden ser minimizados si aprendemos a adaptarnos a nuevos modelos de relación económicos y sociales. Las experiencias están ahí, tenemos que conocerlas, aprenderlas y adaptarlas a cada grupo de personas. Sin dinero todavía existe la vida, con menos cosas, pero más plena en valores humanos.

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