Hace cinco siglos que el ritual de la Hermandad de las Ánimas Benditas sigue -a la vieja usanza- repitiéndose por nuestras calles cadalseñas al llegar estas fechas de Carnaval. Cambian los personajes y el entorno… el resto no. El resto es una representación que cada cadalseño hace en su interior y que antes heredó de sus ancestros. Aquellos que solidarios comprendieron que a la muerte hay que darle el trato digno que como humanos merecemos. Por eso, crearon esta Hermandad y se echaron a la calle para recaudar fondos para los desfavorecidos y los enfermos y, sobre todo, darles un entierro acorde a su origen humano y cadalseño a quienes no tenían “dónde caerse muertos”. Hermandad de las Ánimas Benditas la nombraron. O lo que es lo mismo: “Almas Benditas”. Y ahí siguen estas almas recordando a los suyos.
Es la tradición, la costumbre, el arraigo, la historia… El amor a lo suyo, a lo nuestro… Desde muy niño me llevaban a ver morir como también me mostraban el nacer. El primer ser humano que vi morir fue a mi bisabuela materna, Cirila. Vivía en la actual calle del Coso, por donde estaba “La Ermita”. Subimos unas estrechas, desvencijadas y dolidas escaleras de madera. Y entre penumbras agonizaba aquella humilde y buena mujer; la cual -me dijo mi madre- fue de las primeras en besar mi frente al nacer. Me llevó allí mi padre, como hizo en otras ocasiones posteriores con sus muertos queridos. Mi bisabuela pidió agua con un hilo de voz y mi abuela materna, Luisa, su hija, le llevó un vaso. Y sólo se mojó los labios. Luego se quejó tenuemente, como sin querer llamar la atención, y expiró. “¿Por qué se queja?” -pregunté- “Porque se muere…”, respondió alguien. Y fuese en silencio y entre penumbras. Se oían algunos sollozos que se encaramaban al raído tejado de madera, pero yo no lloré. La tristeza me lo impedía.
Seguramente la Hermandad de las Ánimas Benditas se encargó de su entierro. No sé si he dicho más arriba que mi bisabuela Cirila no tenía “dónde caerse muerta”. Mis paisajes están llenos de vivos recuerdos, de Carnavales sin disfraz y de pasado. Porque el pasado nunca se va, le gusta esconderse en la música, en la calle, en los sueños, en los horizontes desaparecidos, en los valles, en los amores de la vida… ¡Yo qué sé! Únicamente sé que este es el pueblo que me parió en la calle San Antón y me engendró todo su amor…
Miguel Moreno González.