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La huelga de los titiriteros

  • Por Javier Fernández Jiménez

Érase una vez un mundo que tuvo que pararse, la mayoría de sus habitantes se vieron obligados a quedarse en sus casas, el miedo se expandió como una enfermedad virulenta y la angustia por la incertidumbre que pronosticaba el futuro hizo que muchas familias viviesen aquellos momentos de paréntesis con angustia. Fue un momento terrible y complicado para ese mundo, cuyos moradores siempre habían pensado sentirse a salvo del miedo y de la angustia colectivos.

Y ocurrió algo que, al menos, iluminó un poco el encierro de todas esas personas cobijadas, con suerte, en sus casas. Músicos, actores, escritoras, ilustradores, productoras, editores, narradoras orales, pintores, fotógrafas… toda una suerte de creadores y artistas decidieron echar una mano desde sus propios hogares. La mayoría de ellos estaban en la actualidad sin trabajo, tan deprimidos y angustiados como el que más, imposibilitados de realizar la labor para la que se habían formado durante años, incapaces de desarrollar su vida laboral, tan perdidos y asustados como el resto de los ciudadanos, pero con un valor añadido en su interior, la capacidad para emocionar a los demás.

Cada uno por su lado, algunos asociándose entre sí, se pusieron manos a la obra y de un modo solidario que no dejó de crecer, ofrecieron al resto de los ciudadanos de su mundo parte de su trabajo diario, de su esfuerzo, de sus horas de aprendizaje y de conocimientos. Regaron las pantallas, las mentes y los corazones de todo el mundo con historias, imágenes, canciones y todo lo que se les ocurrió para echar una mano desde su propio confinamiento e incertidumbre. Fue algo maravilloso, único. Una ola imposible que salpicó a toda la sociedad, incluso a los héroes que llegaban fatigados a casa tras una lucha sin cuartel o a los que denostaban habitualmente la existencia de esa extraña raza de personas que creían que eran capaces de emocionar a los demás con sus creaciones e interpretaciones y pretendían menospreciarlos llamándoles “titiriteros” (por otro lado una muy digna y difícil profesión).

Los artistas y creadores se entregaron con toda la pasión que ponían en sus respectivos trabajos. Y lo hicieron, en una inmensa mayoría, gratuitamente. Solo por la necesidad de echar una mano, de ayudar, de contribuir a que aquello pasara de la manera más apacible para todo el mundo… Y así ocurrió hasta que se sintieron de nuevo menospreciados e infravalorados por sus gobernantes, como en tantas ocasiones anteriores se habían sentido y decidieron enmudecer durante 48 horas, en una protesta colectiva con la que demostrar la importancia de su existencia.

Comedias y Comediantes. Fotograbado Durá y Cía. Romero Calvet.

Disculpad esta introducción tan larga, solo quería dejar en unas líneas el sentimiento de decepción, de molestia y de incredulidad que muchos creadores y artistas sentimos en estos momentos y que provocó ayer el llamado y controvertido #ApagónCultural durante 48 horas propuesto por la Unión de Actores para ayer, 10 de abril y hoy mismo, que fue secundado por diversos colectivos culturales de nuestro país y muchos creadores y artistas a nivel particular.  Y que, finalmente, se limitó a un ruido de fondo que provocó más revuelo que realidad, siendo desconvocado a las pocas horas de su puesta en marcha tras una comparecencia de la ministra de Hacienda en la que se habló de ayudas a un sector que teme por su desaparición y que se será, con toda probabilidad, uno de los últimos en encontrarse en disposición de volver a la normalidad, si es que esa normalidad termina por llegar alguna vez (o si nuestro modo de vivir habitual puede denominarse normalidad).

La iniciativa llegaba tras escuchar la ausencia de medidas específicas del Ministerio de Cultura para el sector cultural, una ramificación laboral que aporta al PIB español un 3,2% y supone un monto de unos 700.000 trabajadores en activo. La propuesta pretendía demostrar la importancia de la Cultura para un país y para cada uno de nosotros, aunque la relevancia real de la iniciativa se hacía, cuando menos, dudosa y muchos creadores y artistas renegaron de ella desde el principio, pues suponía más “un tiro en el pie” que una acción que pudiese llegar a conseguir nada en realidad.

Secundar la huelga era sencillo y suponía más un golpe de efecto, una ilusión, que una acción real, bastaba con no publicar ningún elemento cultural durante los dos días escogidos en ninguna red social digital. Se pensaba en dar a entender que el encierro que estamos viviendo era mucho menos llevadero sin arte y sin cultura, aunque ninguno de estos creadores y artistas pensaban en realidad en dejar a nadie sin Cultura durante 48 horas seguidas, ya que la red está llena de propuestas y regalos culturales anteriores, además de que todos tenemos disponibilidad de disfrutar por diversos medios de un amplio abanico cultura sin salir de nuestro salón de casa.

El golpe de efecto, el ruido o revuelo pretendido por la Unión de Actores y secundado por toda una suerte de otros colectivos e individuos terminó convirtiéndose, al menos en Twitter y Facebook, en una excusa perfecta para aquellos que piensan que los artistas y creadores españoles son “unos subvencionados con ínfulas” o unos “parásitos culturales”. Aunque la mayoría de los comentarios que se pudieron (y se pueden) leer en internet acerca de este pretendido apagón olvidan que la inmensa mayoría de los países del mundo subvencionan sus productos culturales y que la Cultura es mucho más que el cine y las grandes estrellas, por ejemplo, pocas personas (incluso entre los que propusieron el apagón) pensaron en los libros, en los cómics o en todas las personas adyacentes al mundo cultural de renombre y alfombras rojas, entre los que se encuentran taquilleros, tramoyistas, impresores, camareros, transportistas… y un infinito abanico de profesiones y personas que están igual que afectadas que otros por este momento de incertidumbre y de parón obligatorio.

Quizás deberíamos replantearnos qué es la Cultura de un país y a qué tipo de personas afecta cuanto le pase directa o indirectamente y también empezar a pensar que los creadores y artistas (incluso lo más famosos y de relumbrón) en su inmensa mayoría son personas como cualquier otra, que sufren y viven y comen, que pagan sus impuestos como el que más, que tienen que pagar sus facturas y a las que les cuesta en muchas ocasiones llegara a final de mes. Era muy penoso leer ciertos comentarios alabando a creadores y artistas extranjeros mientras denigraban a los españoles, en un nuevo caso de ira descontrolada en las redes, donde parece que es más fácil ser masa que en la  realidad y donde a veces da por pensar que el insulto gratuito e interesado es una fórmula demasiado fácil de esgrimir y sin ningún tipo de castigo o reprimenda social. Amparados en la libertad de expresión, nos mostramos demasiado soeces y burdos en ocasiones, da un poco de miedo el odio que destilan las redes sociales, es más, da mucho miedo en realidad.

Muchos pensaron que no era el momento de realizar una protesta semejante, que ahora hay que estar a otras cosas más importantes y oportunas, aunque según los convocantes (que desconvocaron a eso de las 20.30 de la noche de ayer, tras la comparecencia de María Jesús Montero, ministra de Hacienda) fue un éxito realizarla, pues vieron el gesto de mano tendida que se les ofreció desde el Gobierno, un respaldo que no habían sentido en comparecencias anteriores y que no tenía que ver ni con dinero ni con subvenciones, sino con gestos decididos de apoyo al sector cultural, como ya han ofrecido países tan elogiados por otros motivos como Alemania, Francia o Dinamarca.

Aunque la propuesta llegó al gran público en voz y rostro de algunos de los actores y actrices más conocidos de nuestro país, como Juan Echanove o Aitana Sánchez Gijón, lo que ha provocó ese crecimiento de muchos de los comentarios negativos en redes sociales, quienes realmente sufrirán enormemente esta crisis económica del sector cultural serán los pequeños empresarios, los autónomos y los que están siempre entre bambalinas o en los niveles más humildes, cuya propia existencia en el mundo de la Cultura pende siempre de un hilo y que pueden, como ya ocurrió con muchas personas durante la Crisis de 2008, verse obligados a abandonar este mundo laboral para siempre.

Por lo que pude leer en muchos comentarios acerca de esta movilización, nadie pedía que el Gobierno de España decidiese quitar partidas presupuestarias de otros sectores para echar una mano a uno de los últimos que podrá empezar a funcionar con normalidad, pero sí que el ministro del ramo se acuerde de aquellos a quienes comanda y a quienes debería cuidar, como ya ha hecho, por ejemplo, con el mundo del deporte. Quizás no todo fuese una cuestión económica, quizás, el sector cultural de nuestro país, uno de los que se ha mostrado más solidario en el primer mes de la crisis, solo estuviese pidiendo el reconocimiento que tanto le cuesta conseguir cada día, aunque esta propuesta de parón o de apagón terminase siendo un desacierto o acabase en una mera anécdota menospreciada por muchos.

Y no me gustaría terminar sin mencionar que la Cultura de un país, toda la Cultura, la que nos gusta y la que no nos gusta, la de los que piensan como nosotros y la de los que no, toda la Cultura también es nuestra bandera, también es nuestro país, también es de los nuestros, proceda del bando que proceda (y qué triste es tener que seguir hablando de bandos en un país tan rico, variado y precioso como el nuestro).

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