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Vivero ciclista en la Comunidad de Madrid: Yuste Electricidad-Club Ciclista Ángel Arroyo

Remigio y servidor llevamos años pedaleando y compartiendo kilómetros, confidencias y recuerdos. Muchos recuerdos… Una tarde del pasado verano nos sentamos en la terraza del Hostal El Pilar, de San Martín, a tomar cervezas y Remigio se dejó llevar (¡una vez más!) por ese frenesí tan suyo y tan ciclista que le hace ser de una especie humana especial, entrañable y distinta a las demás. No es un centauro -¡qué va!- pero se le parece si la parte del caballo la cambiamos por una rueda con piñones y una cadena; delante dejamos su cuerpo y, sobre todo, su corazón. Llegó un momento que, parafraseando La Biblia, le animé: ¡Háblame, Señor, de ciclismo, que tu siervo escucha!
Y Remigio Yuste Blázquez razonó como Don Quijote, porque de la abundancia del corazón habla la lengua: “Corrían los años 80 y quedé en mi casa con dos amigos para hablar de nuestra mutua pasión ciclista. En un momento dado, como si fuera una de esas ideas que inopinadamente sobresaltan tu cerebro, convenimos en intentar crear una escuela de ciclismo. Y, para bien empezar, le pusimos nombre: Yuste Electricidad-P.C. San Martín de Valdeiglesias. Aquella ilusionante escuela inició su andadura con 50 niños de entre 7 y 14 años. Hicimos la presentación del proyecto acorazados de ilusiones ante nuestro castillo de La Coracera, donde, con inusitada y confiada expectación, nos aguardaban.
Comenzamos acudiendo a las carreras que se organizaban en los pueblos de la Comunidad de Madrid y para que os hagáis una idea del entusiasmo que cobijaban los chicos (y nosotros), lo hacíamos en una furgoneta sin ventanillas; allí convivían en armonía chavales esperanzados, pesadas bicicletas y mullidas colchonetas. Si coincidían ciclistas de varias categorías, ya teníamos que alquilar un autocar a León Álvarez. Así de sincronizados funcionábamos y, cuando más de 20 infantes llegaron a los 15 años, comprobamos que no existía un equipo juvenil para que siguieran practicando su afición preferida; entonces se nos planteó el dilema de qué hacer. Nos reunimos en la sede de mi empresa junto con mi amigo, campeonísimo ciclista y noble persona, Ángel Arroyo. Allí contemplamos la posibilidad, dado el potencial que atesoraban varios de nuestros muchachos, de apadrinar un equipo juvenil. No lo dudé y ofrecí el patrocinio de mi empresa, Yuste Electricidad, al tiempo que Arroyo aportó su nombre de campeón ciclista internacional. Dicho y hecho: en 1989 fundamos el equipo juvenil: Yuste Electricidad-Club Ciclista Ángel Arroyo. De los buenos deportistas únicamente puede esperarse cosas buenas.
Y el milagro aconteció: aquel equipo que parecía una aventura utópica de corto recorrido al poco tiempo se convirtió en una espléndida realidad. Significó un hito que situó al conjunto entre los más conocidos de España. No fue un hecho baladí, ya que nuestros éxitos -año tras año- así lo atestiguaron.  Salieron de nuestras filas campeones como: Pablo Lastras, Paco Mancebo, David Navas, Carlos Sastre, Curro García, Germán Gil, Candil Díaz, Luis Ocaña, Tomás García, Tinín, Toni, Zamorano, Serrano, Blázquez, Marcos García… unidos a muchos otros esforzados de la ruta multicolor que dan fe de ello. Jóvenes ciclistas nutrieron nuestras filas procedentes de todos los pueblos de alrededor: Sotillo de la Adrada, S. M. de Valdeiglesias, La Adrada, Navaluenga, Piedralaves, El Tiemblo… e incluso de la ciudad de Ávila. El ciclismo generó entre los vecinos de esos pueblos una relación deportiva y sentimental sin precedentes, tan intensa que aún hoy se conserva fija en sus memorias para orgullo de los corredores y de ellos mismos.
Cosechábamos sobre 15-20 triunfos por temporada entre etapas ganadas, clasificación general (Vuelta a la Sierra Norte, la Ruta del Vino….), clasificación por equipos y de montaña… Corrimos pruebas, además de en Madrid, en Cantabria, Navarra, País Vasco, Castilla-La Mancha, Castilla y León… Fuimos tan conocidos que, cuando se enteraban de que participábamos, generábamos gran expectación y se acuñó la frase admirativa de: “¡¡¡Que vienen los Yustes!!!”. Destaco que, entre los fundamentos más firmes y constructivos de ambas formaciones deportivas (infantil y juvenil), prevalecieron el compañerismo, el amor propio, la capacidad de superación, la ayuda a los líderes, conocer su cometido en las carreras, la unión y el respeto mutuo y, en definitiva, la disciplina que resume todo lo anterior… Nunca tuvimos problemas por incumplimiento de estos principios. Ello redundó –lógico- en el éxito del equipo y, consecuentemente, en una satisfacción generalizada por pertenecer a una agrupación deportiva con esos valores humanos y deportivos tan arraigados.
Con ese bagaje, el equipo profesional Banesto se llevó a cinco de nuestros juveniles a su formación de aficionados: Lastras, Mancebo, Curro García, Sastre y Navas acabaron en uno de los mejores equipos del mundo. Como no podía ser de otra forma, aquello nos llenó de felicidad ante la gran proyección deportiva que significaba para los chicos y para nuestra cantera comarcal. Ellos, ya profesionales de primer nivel, corrieron en campeonatos del mundo como el de Quito (Ecuador), Lugano (Suiza)… ídem de campeonatos de España e innumerables participaciones en la Vuelta a España, el Giro de Italia, el Tour de Francia, además de otras prestigiosas carreras nacionales e internacionales… El más sobresaliente fue Carlos Sastre, que ganó el Tour de Francia de 2008. Nuestra última perla aún sigue en activo (al igual que nuestro veterano Paco Mancebo), se trata de Marcos García, que pasó a profesionales con el Xacobeo Galicia, siguió en el Caja Rural y actualmente corre en el equipo japonés Kinan, con quienes ha ganado la Vuelta a Tailandia, Vuelta a Indonesia, Vuelta a Japón y hace unos días quedó tercero en la de Taiwán… Él es el último eslabón de nuestros grandes que, como el resto, es ensalzado por su talento, generosidad y compañerismo.
Hoy, cuarenta años después, muchos de aquellos chavales están casados y tienen hijos, pero siguen con su inquebrantable afición a la bicicleta y cuando coinciden conmigo en la carretera me saludan fraternalmente: “¡Adiós, tío Remi!”. Y, como en el fondo soy un sentimental, no puedo evitar emocionarme y aparece entonces sobre mi rostro un rictus de nostalgia, regocijo y cariño. Sólo eran niños cuando los conocí y no puedo evitar ese gozo que siente un padre cuando sus hijos le colman de alegría. Al fin y al cabo, mis muchachos me dieron muchísimas alegrías, las mismas que yo les deseo a ellos en sus vidas…
Enhorabuena, Remigio, por los logros conseguidos a lo largo de la vida que son fruto de tu abnegación, amor y trabajo. Soy un privilegiado porque -como tu familia- he saboreado las mieles de tu bondad y bonhomía desde que te conozco. Y eso es digno de agradecer en época de tantas carencias afectivas. Anochecía un día de fiesta en San Martín después de una triunfal tarde de toros; mientras tanto, Remi seguía amaneciendo a sus recuerdos….

Miguel Moreno González.

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