Categoría | Cartas del lector, Opinión

Regreso al futuro

El mes pasado, después de tres años de ausencia, regresé a mi pueblo en la Sierra Oeste para visitar a unas amigas, con una mezcla de nostalgia y excitación. Pero al acercarme, noté que el paisaje se presentaba transformado, como si el tiempo hubiera decidido jugarme una broma pesada.
Al llegar, me topé con tanquetas y cañones, que parecían sacados de una película de guerra. Estaban apostados en la entrada del pueblo, como apuntando hacia la carretera. A pesar de mi malestar, no podía evitar reírme irónicamente ante la escena. ¿Acaso el alcalde pensaba que los visitantes éramos una amenaza? La única amenaza que sentía era la de un pueblo que había perdido su esencia y que ahora se encontraba bajo una mirada vigilante que despreciaba a su propia gente.
Mis amigas, aquellas con las que compartí tantas aventuras, parecían más serias de lo que solían ser. Otras simplemente habían desaparecido, buscando otros lugares más acogedores. Las conversaciones que solíamos tener, llenas de sueños y risas, se habían convertido en palabras amargas sobre su situación o la del pueblo: “El alcalde incumple la ley. No rinde cuentas, no paga facturas, ni presenta la documentación, miente a la oposición… se supone que debería gobernar para todas y todos, pero lo hace llevado por su ideología y su codicia”. “Los trabajadores municipales están machacados. Regresan de vacaciones y les han quitado el despacho. Cinco empleados llevan de baja ni se sabe y el absentismo es brutal”. “En verano no te puedes poner malo; de tres médicos que hay en el pueblo, los meses de verano solamente hay uno. ¡Un solo médico para toda la población!”. “Se empadronaron él y miembros de su familia en el pueblo, cuando no viven aquí, solo para poder votar en las elecciones”. “La persecución y el menosprecio del alcalde hacia quien no opina como él son tremendos”. “Se suben el sueldo cuando deben cientos de miles a proveedores”… Palabras duras y desesperadas. Sin hablar de los rumores de malversación, nepotismo, corrupción y prevaricación, que rozarían lo disparatado si no vinieran de personas cabales.
Recorrí las calles, observando cómo las plazas se habían llenado de maleza y las aceras de agujeros, jardines sin cuidar, papeleras a rebosar, calles de las afueras llenas de barro, como si el pueblo se hubiese convertido en un campo de batalla. La ironía de ver tanquetas y cañones apuntando a los visitantes, mientras la esencia del pueblo se desvanecía, era un recordatorio de que la mala praxis política puede cambiarlo todo, incluso la vida de personas que solo buscan un bonito lugar al que llamar hogar. Mientras caminaba, recordé a mi gente del pueblo, gente trabajadora y solidaria, que ahora se sentía menospreciada, como si sus esfuerzos no valieran nada ante los ojos de un señor más interesado en revivir tiempos de guerra civil que en cuidar de su comunidad.
Esta visita me dejó una sensación agridulce que todavía me dura; como un paradójico “regreso al futuro” en el que hubiera reventado el continuo espacio-tiempo. Sin embargo, en mi corazón guardo la esperanza de que algún día el pueblo recupere su espíritu, sin opresión y sin desprecio.

F.M.L.
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