Dados los tiempos que corren me parece un interesante tema de que hablar, ya que han surgido debates sobre este asunto.
Hay quienes opinan que el exceso de escenas calientes en una novela puede cansar o que sencillamente es el reclamo para poder vender la historia ya que de otro modo resultaría invendible. No voy a negar que se han editado libros en los que cansaba tanto sexo más que nada porque una vez que los protagonistas se vestían no quedaba nada.
Está claro que en una novela erótica debe haber sexo, cantidad y calidad, soy inflexible en ese punto, pero también quiero ver una historia, quiero ver unos personajes que, si bien su principal modo de interactuar es a través del folleteo, me aporten algo más.
Ahora bien, si de verdad las escenas sexuales no son tan necesarias como muchos opinan…
¿Por qué durante años y años nos han bombardeado con viajes sensuales para tus sentidos y se ha desarrollado todo un catálogo de eufemismos, a cada cual más estrafalario, con tal de hablar de sexo pero sin que se note?
El tema sexual siempre ha ido rodeado de ese velo tan opaco y transparente a la vez. De esos comentarios en voz baja, de risitas tontas, pero que por mucho que se empeñen, se termina hablando de ello.
Si de verdad una historia romántica de llorar a moco tendido, de sufrir lo indecible, de esas que sobreviven contra viento y marea, o como dice Sabina: amores que matan nunca mueren, puede narrarse sin escenas calientes… ¿por qué tenemos un variopinto catálogo de sustitutos?
¿No sería mejor hablar claro de sexo?
Sin embargo cuando no puede hacerse libremente o no se quiere (esto último bastante controvertido), por circunstancias varias, se recurre a una serie de expresiones, a cada cual más chocante, para disimular.
Nuestro idioma tiene, según mi opinión, la más variada colección de palabras con doble sentido a la que recurrir en esos casos.
Véase como ejemplo, todos esos cuplés, coplillas y demás chascarrillos populares que durante mucho tiempo burlaron la censura y que ponían cachondos a más de uno, porque hay que reconocer que tenían gracia.
Puede que ahora nos dé la risa ante tales circunstancias, pues por suerte no estamos obligados a recurrir a ello, sin embargo, por extraño que parezca aún perduran en la mente colectiva y lo que es más chocante: que se sigan utilizando a la hora de hablar y de escribir.
Podía ser usado a modo de ejemplo, a modo de diversión, pero no, encontramos textos salpicados y abarrotados de aquellas palabrejas a las que se les daba una connotación muy diferente de la original.
Y, partiendo de un dicho muy popular en este país: piensa mal y acertarás, no hay que esforzarse en demasía para pillar el doble sentido, y por supuesto siempre escoger la opción más “picante”
Desde luego las opciones a las que recurrir se han ido perfeccionando con el tiempo hasta encontrarnos esos grandes clásicos dentro de la novela romántica, que durante tanto tiempo hemos leído y que afortunadamente van quedándose atrás.
Podemos repasar algunos de los más “divertidos”
Cómo no, la mayoría hacen referencia a los órganos sexuales, que por lo visto cuesta llamar a las cosas por su nombre.
No negaré que un término anatómico puede quedar frío y resultar más propio de un manual de medicina que de una escena hot, pero puestos a elegir lo prefiero antes que su sucedáneo.
¿Qué virginal novia no ha cerrado inmediatamente las piernas al ver que su amado se acercaba a ella con ese hierro candente?
Cuando lees algo así, a pesar de los años, automáticamente te solidarizas con esa pobre mujer, porque por mucho amor que haya a mí no me marcas como al ganado, vaya que no.
Y para rematar la faena, cuando se te ha pasado el susto y ves que el “hierro candente” no era tan malo, van y te rocían con la gasolina viril.
Claro, al precio que están hoy por hoy los carburantes te dan ganas de mandar al susodicho al garaje y que la enchufe en el depósito de tu utilitario y mañana para ir a trabajar te ahorras un viaje a la gasolinera.
¿De verdad cuesta tanto escribir la palabra pene, la palabra semen o el verbo eyacular?
Por si acaso también se ha tocado la temática naval, y claro, otra vez en mi noche de bodas con el mástil enardecido y a mí, que he leído de todo, me viene a la cabeza lo de “con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela”, ya que para no desentonar con el churri y su mástil yo recurro a lo primero que me viene a la cabeza.
Vale, a lo mejor una damita sin experiencia en las lides amorosas puede sufrir un colapso si de repente él se desnuda y le dice algo así como: mira mi polla y lo bien que te lo vas a pasar con ella. Sin embargo me da a mí que prefiere eso que el hierro candente, llamémoslo intuición femenina.
Por supuesto que hay más “apelativos” a lo que viene siendo un pene de toda la vida, sin embargo he querido mencionar los que más me han hecho reír o los que más me han “asustado”
Las comparaciones del sexo femenino (ese gran desconocido) tienen, además de la consabida misión de tapar, el dudoso sentido peyorativo que a veces molesta más de la cuenta.
O lo que a veces resulta más incomprensible: la asociación con la porcelana china, es decir, algo tan frágil, tan etéreo, tan delicado que se rompe con la mirada.
De acuerdo, el hierro candente puede hacer mucha pupa, pero si el objetivo es mantener relaciones sexuales y no marcar reses, no tenemos por qué preocuparnos.
En la lista de sucedáneos difíciles de asimilar están los que se han tomado prestados del mundo de la botánica, véase: pétalos íntimos, jardín secreto y selva negra.
En el catálogo de sospechosamente denigrantes: cueva secreta, gruta, (que si se le añade “del amor” ya no sólo es horrible sino cursi) como si fuera algo que mantener escondido, nada de presumir (todo lo contrario que el mástil, a este se le saca de paseo incluso)
Pero, para mí, los más ridículos y por ello graciosos: botón del placer, perla secreta (este último creo yo derivado de el uso común de la palabra almeja)
Y ahora vienen los referentes al acto en sí, aparte del archifamoso “experiencia religiosa” están las expresiones coloquiales, algunas divertidas y que denotan gran imaginación (quiqui, casquete, polvo, cohete…) que yo me pregunto ¿quien fue el primero, o la primera que dijo a su pareja : echamos un polvo?
¿Ella estaba con la bayeta a punto de limpiar y para animar a su chico asoció una tarea desagradable a otra placentera?
¿O ella, cansada de limpiar, le pasó el trapo al churri y para animarle le dijo: venga, echemos un polvo tras dejar la casa como los chorros del oro?
Lo de cohete, más o menos lo tengo claro por la “explosión” final, aunque me parece que deja de lado la versión femenina.
Hay otras como las que derivan del verbo poseer que me mosquean un poco. Cuando leo algo así: tengo que poseerte… o quiero que me poseas, me rechina todo.
A ver, quizás, por influencia de la traducción (del sobre explotado hold me) y al querer “imitar” a lo que nos viene de fuera se ha asumido tal palabreja, pero a mí me suena raro y detona cierto dominio por parte de él.
Cierto que en la mayoría de las novelas hasta que no hay coito no se considera una relación completa (un error bastante común, si se me permite decirlo) y como para consumar tiene que haber penetración (bueno, también sirve que él “desprecinte” y por lo tanto ya no sea para nadie más) la posesión implica ese sospechoso aire de supremacía que no me gusta.
Pero si por separado el mundo del sucedáneo da qué pensar (y para reírse un buen rato) ahora juntémosles y veamos qué pasa.
Escena 1, dormitorio, primera noche de pasión arrebatadora tras innumerables barreas, superadas todas ellas son tesón, esfuerzo y unas ganas locas de estar juntos.
Él, enardecido de pasión tras meses de sufrimiento y con dos espinas clavadas en la espinilla por trepar por el rosal hasta su ventana, esquivar a los perros guardianes y luchar con el enemigo, al fin va a demostrarle su amor.
Ella, que no sabe nada, sólo suspira a la espera de que el espíritu santo en forma de …… (aquí se puede elegir eufemismo) la lleve a su primera experiencia religiosa.
–Ven aquí, mi amor, que acaricie tu perla, entre esos delicados pliegues, rociados con tu esencia femenina... (aquí me paro para tomar aire)…y así deleitarme en las profundidades de su cueva… voy a poseerte, a llevarme lo que nadie más ha tenido (hago aquí un inciso porque el tema virginidad da para un artículo muy interesante que intentaré escribir en otra ocasión)
–Oh, mi amor… (llevada por la curiosidad pondrá la mano donde corresponde antes de proseguir)… qué dureza más aterciopelada… márcame con ese hierro… lléname con tu gasolina viril…quiero que me poseas, darte lo que tantos años he guardado…
No sigo porque me da algo.
Puede que haya “exagerado”, no lo niego, pero podéis hacer un ejercicio muy simple como es buscar en la estantería una de esas novelas, a las que podríamos denominar “clásicas” y releer algún que otro párrafo donde con seguridad leeremos expresiones semejantes.
Lo curioso del caso no es encontrarlas el libros editados hace una eternidad, lo verdaderamente sorprendente es verlo en obras de reciente factura, lo cual, perdonad que insista, me deja pasmada.
Sobre todo cuando se proclama en más de una ocasión que las escenas de sexo no son tan necesarias para la historia.
Noe Casado