
- Una propuesta tradicional que no falla.
- Por Pierre Garní.
En nuestra reciente visita a este restaurante que cumple ya más de veinticinco años de andadura, hemos comprobado su buen estado de forma a pesar de algunos detalles añejos en el servicio y en alguno de los emplatados.
A pesar de no haber hecho la pertinente reserva de mesa y con la debida antelación, nos recibieron con agrado y amabilidad.
La mesa equipada con avíos un tanto “viejunos” y en una de las salas un poco desangeladas.
La carta amplia, bien estructurada y, salvo las especialidades, los pescados y mariscos, el resto de platos muy del corte actual en muchos de los restaurantes a los que podemos acudir en cualquier otro sitio.
Tomamos unas almejas en salsa verde de frescura intachable y ejecución consciente por 28 €. Unos boquerones victorianos fritos excelentes, frescos, crujientes y sobre todo en un aceite de oliva limpio, de disfrute por 18 €. Doce gambas blancas de Santa Pola fresquísimas, tersas, sabrosas y de punto perfecto por 36 € y rematamos la parte salada con la única decepción del menú, una ración de bacalao a Bras que era, además de gigante y desproporcionada, un amasijo de huevo, patatas paja y bacalao absolutamente conglomerado, totalmente falto de jugosidad y melosidad.
Acompañamos estos platos con cerveza bien tirada en copa apropiada por 3 €.
Terminamos con dos postres; flan de huevo rico y bien ejecutado, aunque de tamaño considerable por 8 €, y la omnipresente tarta de queso, de tamaño también importante aunque de textura poco cremosa también por 8 € y que acompañamos con un café de calidad por 2,50 €.
Productos de calidad en platos bien resueltos por lo general y en un ambiente agradable. Una propuesta tradicional que no falla.