
- Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.
Remite el calor, también el verano va anunciando su retirada para dar paso al otoño y, al tiempo, nosotros vamos, poco a poco, mudando los hábitos extraordinarios, discrecionales y eventuales del estío por los habituales del resto del año, esto es: rutina laboral, costumbres sociales, ocios al uso y, como viene siendo por desgracia cada vez más frecuente en la mayoría de los hogares españoles (tal vez me refiera más a las zonas más habitadas o muy habitadas que a las rurales mucho menos pobladas y de costumbres aún diferentes), baja intensidad y productividad en la cocina doméstica. Esta, por supuesto, en connivencia total con la amplísima oferta hostelera que nos rodea por todas partes y a todas horas, muchas de ellas de consumo rápido y precio asequible, pero de calidad y conveniencia discutible. Unido todo ello a la cada vez más amplia oferta también de platos procesados y listos para consumir, una vez calentados si fuera necesario, y a la falta o supuesta falta o excusable falta, por qué no decirlo, de tiempo para dedicarle a la cocina doméstica. Me llama la atención y me resulta muy curioso que esto suceda cuando dedicamos gran parte de nuestra/o cuota/tiempo televisiva/o a ver programas relacionados con la gastronomía, con la cocina y con los concursos sobre estas. También cuando la cocina está más de moda, los cocineros son verdaderos protagonistas en los medios y las redes e incluso en nuestras vidas y cuando, además, el mercado está repleto de libros y recetarios de cocina que hacemos por comprar y regalar y sobre los que hablamos con bastante frecuencia. A la vez también (ya lo he dicho en alguna otra ocasión) en un momento en que en los supermercados todo está mucho más accesible, variado y fácil para la cuestión cocineril. Decía un admirado escritor que “se calientan más los móviles que las sartenes”, y no le falta nada de razón. Estamos entregados en buena medida a la compra de platos preparados e incluso a la de pedirlos para que nos los sirvan en nuestra propia casa. Temo que cocinar en casa se convierta en una actividad demasiado esporádica y la felicidad que provoca se nos olvide o deje de importarnos lo suficiente. Esta actitud me recuerda aquel viejo y patético lema de tiempos oscuros y pretéritos que decía “que inventen ellos”; en este caso, tanto hablar de cocina, de gastronomía, de restaurantes, pero que cocinen otros.
Reivindico con verdadera y sincera vehemencia la vuelta a los fogones. Cocinar es un acto que genera humanidad y felicidad. Comprar los productos en canales atractivos, naturales y también afectivos, dedicándole el tiempo necesario, cocinándolos en nuestra casa, para nuestra familia o amigos por nosotros mismos se convierte en un verdadero acto revolucionario en favor de nuestra subsistencia y felicidad y en contra de las dinámicas consumistas de las industrias que pretenden alimentarnos como a borregos estabulados.
Si continuamos por esta senda tan peligrosa, más pronto que tarde, habremos perdido el conocimiento necesario para hacer una tortilla de patata, ¡¡qué digo!! una tortilla francesa.
Los animo de todo corazón a que hagan un ejercicio severo de autosugestión y descubran en la cocina toda la intimidad y humanidad del buen gusto.
¡Buen provecho!