El caldo de la marmita: El momento del producto de temporada

Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.

Como cocinero apasionado que soy, espero con esperanza y, por supuesto, ilusión, de manera desmesurada y un tanto desaforada, la llegada de algunos momentos en los que la cesta se llena de manera especial y fascinante. No ha sido menos en este caso con la llegada de la primavera, estación sugestiva, reluciente, festivalera, campechana y vital. Sin duda, es la estación más alegre, la que más deseos me provoca, la que más me llena de fantasías y la que más sustenta mis hambres creativas.
Pues bien, este año ha pasado sin pena ni gloria, nos ha dejado huérfanos de ilusiones y fantasías, nos ha condenado a mercadear en tristes y alienantes supermercados o, en el mejor de los casos, en otras plazas algo más sugerentes, pero igualmente anónimas, monótonas y rutinarias, que no rutilantes.
Uno espera con verdadero anhelo todas esas verduras que no encontramos en otro momento (mejor dicho, que no deberíamos encontrar) y que, de repente, se convierten, como por arte de magia, en las protagonistas eventuales de un escenario idílico y delicioso.

Verduras y hortalizas de la Huerta de Villa del Prado.

Es muy importante para mí, al igual que para la mayoría de mis colegas, disfrutar de la emoción contenida con la llegada de un determinado momento o acontecimiento, que te estimula de manera adictiva a reflexionar, imaginar, concebir y disfrutar con ello, a buscar y encontrar al proveedor en una sinergia imprescindible, a ver, oler y escuchar al protagonista o la protagonista y, como colofón, disfrutar del feliz desenlace, la satisfacción, el orgullo, el placer y, normalmente, el agradecimiento. El círculo se ha cerrado, todo insuperable.
Por el contrario, cuando esto no sucede, la monotonía y el hastío pueden apoderarse de uno y es entonces cuando la pasión se convierte en labor, la alegría en lamento, la ilusión en utopía y el feliz desenlace en una quimera.
En estas circunstancias, la culpa recae en el llamado cambio climático, que suena como si fuera un agente externo recién llegado de Marte, del cual nosotros no tendríamos ninguna culpa ni responsabilidad. Sin embargo, creo que deberíamos adjetivarlo como una pésima gestión de nuestros propios y maravillosos (aunque cada vez menos propios, menos maravillosos y también más escasos) recursos.
De todos modos, y como no nos queda otra opción, debemos recurrir con la cabeza gacha y la mente sumisa al anónimo supermercado. Esto es así. Tan solo les pediría un esfuerzo por adquirir productos de rabiosa temporada, de frescura intachable y de precio razonable. Debemos rechazar todo lo contrario en nuestro propio beneficio y también en beneficio de una economía lo más sostenible posible.
No debemos caer en el pensamiento esclavo de que ellos tienen la sartén por el mango, ya que eso es absolutamente incierto. Somos nosotros y solo nosotros quienes podemos y debemos decidir qué comprar y, con ello, establecer las normas. Es el momento de comprar judías verdes bien planas, las de toda la vida, calabacines pequeños y tersos, berenjenas bien prietas, puerros bien verdiblancos, espárragos blancos, los primeros tomates (no los últimos), pimientos verdes, rojos, etcétera. Pero no coliflor, ni calabaza, ni alcachofa, ni remolacha, ni lombardas, ni otros productos similares. Su oportunidad ha de ser también la nuestra, así de sencillo y feliz.
Por el momento, aumentaré la potencia de mi lupa para encontrar todo aquello con lo que cocinar de manera feliz y responsable, y, sobre todo, para que el tedio no se apodere de mí.

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