
Antiguamente era costumbre salir a coser a la puerta de la calle. Las vecinas se reunían todas las tardes en grupo, como no tenían radio ni existía la televisión, entonces ellas hacían sus tertulias en la calle.
La costura consistía en coser pantalones de pana que era lo que se usaba para ir al campo, empezaban por remendar las rodillas y las culeras del pantalón y después la entrepierna en la que se ponían trozos de tela que llamaban cuchillos, era la parte que más se desgastaba y rompía antes.
Igualmente hacíamos con las sábanas se echaban remiendos que parecían cosidos a máquina, también los calzoncillos que eran largos eran de lienzo y las camisas de sarga.
Teníamos también dos pares de medias de algodón, unas para las fiestas que cuando se hacían carreras teníamos unas agujas especiales para coserlas. Los calcetines se rompían sobre todo por los talones, para coserlos se les metía un huevo de madera y si no una bombilla.
Los niñas de 10 a 14 años se arrimaban a los mayores para que les enseñaran a hacer ganchillo, sobre todo paños para los muebles del comedor, las mesillas de noche y un tapete mesa camilla, y las mozas casaderas ellas se hacían su ajuar, ellas cosían dentro de casa para que no las vieran, se bordaban los juegos de sábanas, la cortina para la cantarera y la cortina de la puerta de la calle se hacía a punto de cruz.
También aprendíamos a hacer puntillas de bolillo que después se ponían en las sábanas y toallas.
Esto lo hacían las que se quedaban en el pueblo, más tarde fundaron un taller en las que les enseñaban a coser y bordar a máquina.
Algunas chicas se iban a trabajar a Madrid, adquirían mucha cultura y a aprendían a defenderse en la vida.
Esto lo cuenta una octogenaria que está muy orgullosa de haberlo vivido.
Margarita Santiago.
LA VIDA EN LA PLAZUELA
Las tardes de costura
Cuando el buen tiempo empezaba,
solecillo de la tarde,
hasta el perro se espulgaba
de pulgas haciendo alarde.
Se sentaban las vecinas
en las sillas de espadañas,
terminadas las cocinas,
pertrechadas de sus lañas.
Sacaban los covanillos,
tijeras y costureros,
manos fuertes sin anillos
de los trabajos camperos.
Pues las mujeres coruchas
eran duras y eran fuertes
y laboriosas y duchas,
en toda clase de suertes.
Para un roto y descosido
se encontraban cinceladas,
desde hacer un buen cocido
hasta segar las cebadas.
Eran tiempos de remiendos,
de culeras y zurcidos.
Hablar de siembras y arriendos,
sucesos de tiempos idos.
Zurcidos de pantalones
y dar la vuelta a camisas,
también cantaban canciones
y penas y también risas.
Mientras tanto los muchachos
con los balones de goma,
que se caían a cachos,
siempre estábamos de broma.
¡Mirad que son maldecíos!”,
protestaban las más viejas.
¡”Veréis si estos escacíos
nos dan en toas las cejas!”.
Manejaban las agujas
haciendo prendas de lana,
en aquellas tardes brujas
de sol sobre la ventana.
Los jerséis para el invierno
deshilando las madejas,
llevando bien el gobierno
sobre las lanas guedejas.
Las labores de ganchillo
como ornatos de tapetes
se sacaban del bolsillo
y nos ponían en bretes.
Solicitaban ayudas
al desmadejar los hilos,
y con las frases más crudas
las teníamos en vilos.
“¡Paraos ya, perlesías,
venid y extender los brazos.
Dejaos de golferías
para marcar bien los trazos!”.
La lana rodaba al suelo
esparciendo las hilachas,
y todo entre un gran revuelo
en las más diversas fachas.
Y al declive de la tarde
con el fresco vientecillo
con un simple ,”¡Dios os guarde!”,
se cerraba el ventanillo.
Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho