Según caía la noche en Navas del Rey aparecían los destellos de Frascuelo, iluminando en cada trazo una plaza con luz artificial ante el toreo natural del diestro madrileño. Incluso sin iluminación hubiese brillado la estrella de cada encuentro, con ese toreo tan añejo como el propio universo, tan real que parecía increíble, acostumbrados al repetitivo actual. Capote y muleta sin edad en manos veteranas, con armonía de una cintura esculpida de nacimiento y unas piernas cimentando la compostura, sin perder un átomo de torería. Un regalo caído del cielo apagado, gratuito para quienes alcanzaron el lleno anormal, de unas quinientas almas separadas y con la boca tapada como bandoleros, cuando los atracados son ellos por políticos en un gobierno sin nueva normalidad. Todos ellos, asistentes sumisos, hicieron posible recaudar la tonelada de alimentos entregada a Cáritas, para los necesitados por culpa de quienes nos ponen la máscara, en un mundo al revés.
Al olor del cartel, acudieron con la comida bajo el brazo para los demás y salieron relamiéndose del profundo sabor a estrella michelín, gracias al master regalado por los chefs. “Maridan bien toreo y flamenco” dijo el ganadero Sr. Boyano. Maridan bien si son del bueno, añadiría; oro puro, canela en rama. Todo pusieron de su parte. Jonathan España y su grupo, envolviendo los suaves trazos de muleta con los jirones del cante roto, creando una atmósfera tan potente como sensible, mientras maestros y alumnos expresaban el contagio mutuo de maestría veterana e ilusión juvenil.
David Luguillano, fiel a sí mismo y a los suyos, enroscándose en las tandas con el aroma gitano del toreo castellano, en tauromaquia sin puntos cardinales. Entregándose en el tentadero como si en juego estuviera una puerta grande, en prueba del compromiso con su creación, no profesión, porque profesión tiene cualquiera y el toreo no es un trabajo, es expresión artística de cultura, ministros.
Canales Rivera, de campero impoluto con sombreo cordobés y camisa remangada, transmitió al tendido la naturalidad al borde de relajación, cuando parece fácil la interpretación con duende.
Alberto Aguilar en su primera aparición pública desde la injusta retirada por lesión, puso evidencia de lo que el toro nos quita. El percance que mantiene apartado al madrileño nos impide ver un toreo más añejo, macerado en el barril de ganaderías ásperas para conseguir el buqué con denominación de origen Aguilar, para deleitar el paladar, recio de fondo, suave de gusto natural a vino joven, pero que al mismo tiempo deja el regusto con ganas de más copas para disfrutar. Ahora tiene ese poso de toreo interior, de sentimiento sin prisa, con expresión que cala y transmite al exterior porque el torero lo disfruta por dentro. Será necesario cuando pueda y nos devuelvan la temporada expropiada.
Miguel Maestro pensó y parió este tentadero en colaboración con el Ayuntamiento de Navas del Rey. Brillante cabeza para cavilar y suelta expresión para crear en la cara de los pitones, dejando claro que su reciente alternativa no es de paso sino el inicio de una carrera que será tan brillante como los demás permitan. Lleva los mimbres puestos.
El novillero Antonio Boyano, dejó patente su formación y ganas ante el ejemplar de peores intenciones, como único suspenso a la sobresaliente vacada de su padre. La sobrera le permitió lucirse.
Los alumnos de la escuela taurina de Navas del Rey; Leandro, Daniel Pérez, Javier Adán, Álvaro Serrano, Javier Cano y Gauthier Crapez también demostraron evolución positiva, brillando a gran altura al lado de las estrellas.
En la vaca sobrera regalada por el ganadero intervinieron todos los actuantes, salpicando las últimas gotas de una botella llena de torería, que se quedaron en la plaza de Navas del Rey, más la sorpresa de un enrazado David Adalid con la muleta poniendo el broche a una tarde retransmitida fielmente por Beatriz García, de forma tan altruista como todos los actuantes, cantante y músicos, como ejemplo de solidaridad.
Lo mejor, la tonelada de alimentos para Cáritas, gracias a ellos.

Búfalo.