Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.
No soy yo, como se pueden imaginar, gran frecuentador de supermercados de proximidad, más allá del de mis amigos Pablo y Charo de mi pueblo que más de una vez, por no decir muchísimas, me salvan de mis olvidos rutinarios. Más bien soy, siempre que tengo oportunidad, de puestos especializados de mercados municipales que, por razones obvias, son más interesantes y donde siempre acabas encontrando cosas en las que no pensabas, que no conoces o que sencillamente hace mucho tiempo que no usabas, con lo que la posibilidad de autosugestión para nuevas recetas se hace más posible. Pero volviendo al supermercado de turno, siempre que acudo y el tiempo me lo permite, nunca me resisto a husmear en las etiquetas de los productos que todos acostumbramos a consumir en mayor o menor medida para asombrarme, en algunas ocasiones, para alarmarme, en otras y para decepcionarme en la mayoría de ellas. Les contaré una de las últimas:
PECHUGA DE PAVO COCIDA
Decía lo siguiente: 70 % pechuga de pavo (el comienzo bien), agua (25 % ¡pero en la barqueta no había agua!), sorbitol (edulcorante, ¡qué nombre!), trifosfatos (¡ah! para retener el agua), carragenanos (conservante, espesante y gelificante tres en uno), jarabe de glucosa (más azúcar), sal (esto al menos sabemos qué es), antioxidantes: lactato potásico (antioxidante, conservante y reblandecedor de carnes), ascorbato sódico (más antioxidante —pareciera que nos fuéramos a comer la cerradura de casa— más conservante y para mantener el buen aspecto; una máscara, vaya), fibra vegetal (para absorber y no perder una gota de agua), sal de potasio, aroma (no se sabe cuál), conservador: nitrito sódico (más conservante, empieza uno a dudar a estas alturas del relato de cómo estaba la pieza de donde parte todo este trampantojo, teniendo en cuenta además de que este último aditivo contiene nitrosaminas que son comprobadamente cancerígenas y que sirven, habitualmente, para mantener la carne cruda con el color rojo que tiene desde el principio, más trampantojo, o sea más engaño). Pues bien, queda claro que no es necesario proponer ningún alegato en contra de sus supuestas propiedades alimenticias, lo pone claramente en la etiqueta y tampoco, creo yo, sea necesario ni muy recomendable su consumo, más bien lo contrario. Y dicho todo esto, solo me queda preguntarme, ¿cuál es el propósito o el motivo o el fin último de toda esta retahíla de ingredientes sospechosos, nada bienintencionados? La respuesta casi no puede ser otra, la especulación a través del engorde indiscriminado y el aplazamiento infinito en el consumo para minimizar los escandalosos riesgos de caducidad. En definitiva, otra vez más, una pésima y, me atrevo a decir, criminal gestión de los recursos, una ambición desmedida por vender agua a precio de carne, una desvergüenza por vender rojo cuando ya debería de ser gris cetrino y una falta total de moralidad cuando lo que debería durar 10 días lo hacemos durar hasta 35 o 40 días. Desde luego el camino es feo y culebrero.
Pero al menos yo les daré alguna solución para que comer pechuga de pavo en fiambre no pueda llegar a ser tan nocivo para nuestra salud en lugar de un verdadero y sanísimo placer.
Pongámonos manos a la obra:
Tomamos una pechuga fresca de pavo de unos 400 o 500 g. En un bol aparte machacamos dos o tres dientes de ajo, junto a dos hojas de laurel, unas briznas de romero fresco, tres cucharadas soperas de salsa de soja, una cucharada sopera de vinagre de Jerez, el zumo de un limón, unas pimientas negras, 100 g de aceite de oliva virgen extra y 100 g de aceite de girasol. Mezclamos bien e introducimos la pechuga en esta marinada durante al menos 4 horas, siempre en el frío. Pasado este tiempo la sacamos de la marinada, secamos muy bien y filmamos dándole varias vueltas y atando bien los extremos. Cocemos en agua hirviendo durante 8 o 10 minutos, sacamos con una espumadera y sumergimos en agua con hielo hasta su total enfriamiento. Retiramos el film y ya podemos lonchear para disfrutar de este fiambre tan sano y delicioso. Acompañarlo con unas verduras recién hervidas y al dente y un buen chorro de aceite de oliva rico rico. Nuestro cuerpo nos lo agradecerá y lo podremos hacer durante al menos ocho o diez días bien filmado y conservado en el frío.