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El caldo de la marmita: La inextinguible tradición culinaria de Semana Santa

  • Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.

Como cada año volvemos sobre nuestros pasos para celebrar de nuevo otra Semana Santa, cada uno como puede, debe o siente. El ocio preside, sin duda, esta celebración. La devoción se ha convertido en atractivo turístico generando una especie de torre de Babel, mezcla de estética, sentimiento, emoción y fervor, más efímeros que otra cosa.
En cuanto a lo gastronómico, que es lo que a mí me atañe, cada año que pasa me genera una mayor nostalgia. Hace pocos días tuve la suerte de intervenir en la grabación de un programa para una cadena de televisión que se hizo en mi pueblo y en la que, entre otras cosas, se grababa la elaboración de un dulce típico de este pueblo, aunque también lo es de algunos de nuestro alrededor, bien apreciado y de gusto, para mí, tan entrañable, los “retorcidos”. Una masa que mezcla aceite de oliva, anises, azúcar, vino blanco, harina, etc., que se estira con rodillo, de la que se hacen tiras como de 2 o 3 cm de anchas y medio centímetro de gruesas y se enrollan en un trozo de caña para después freírlas en abundante y caliente aceite de oliva hasta que su aspecto dorado delate su salida. Se rebozan inmediatamente en una mezcla de azúcar y canela y pasados unos minutos para que se templen, ya están dispuestos para su deleite. En mi opinión, un dulce que necesita de mano, sensibilidad y conocimiento y cuyo resultado resulta absolutamente exquisito y muy versátil. Digo esto último porque acompaña muy bien un desayuno o una merienda y sobre todo a un amontillado viejo o un Pedro Ximénez bien denso y corpulento.
Pues bien, esta nostalgia de la que les hablo viene generada por esta imagen, tres señoras perfectamente aviadas para la ocasión, guapas de lo que fueron y de lo que todavía son, estupendas, divertidas y celosas de su receta que recibieron de sus madres y vecinas, custodias de una tradición y de un acervo al que se niegan a renunciar. Con ellas desaparecerá, sin duda, otro pedazo de nuestra tradición, aquello que nos hacía algo diferentes y admirablemente exclusivos.
¿Quién guardará la receta con buenísimas intenciones?
¿Quién fabricará y guardará con celo para la próxima ocasión esas cañas que van cogiendo el sabor, la textura y el color de la fiesta culinaria?
¿Quién desempolvará todos los útiles para darles vida y protagonizar el deseo de compartir y disfrutar de nuestras tradiciones?
Pasará con otras muchas recetas, sobre todo con las que no representen un verdadero negocio o signifiquen un esfuerzo poco apreciable aunque un resultado exquisito y envidiable.
En Semana Santa sucede algo de los que cuento. Se extinguirá el potaje, plato completo y sabrosísimo, la jugosísima tortilla de espinacas, el bacalao para desalar pacientemente y elaborar de mil maneras, pero no, no desaparecerán las torrijas, que se han convertido, por tradición o por lo que sea, en un verdadero negocio llegadas estas fechas. No me quejo de esta circunstancia, como digo, sea por lo que sea, el fin es lo que importa si el resultado es el mantenimiento de una tradición exquisita como esta, solo que me gustaría y alentaría que sucediera también con otros platos igual de deliciosos que también nos representan y desde bien lejos aunque no sean dulces.
¡Feliz Semana Santa!

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