Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.
Ya estamos todos, los de siempre que tanto nos conocemos, los que ya llevan unos días, más afortunados, y los que acaban de llegar para disfrutar del, a veces, poco plácido, menos tranquilo y, eso sí, muy caluroso verano. Y con ello, cierta e incómoda masificación, las tiendas llenas y, de vez en cuando, una tanto desabastecidas, los bares llenos, los restaurantes llenos y las calles también agobiadas de coches que, en muchas ocasiones, solo intentan culebrear para aparcar en cualquier rincón inoportuno con tal de no andar a diez metros o cincuenta con la bolsa de la compra, generando un caos que todos los demás tenemos que soportar en aras de una buena convivencia. En los pueblos suceden estas cosas que tan poco ayudan a la convivencia feliz y rutinaria.
Pareciera que, aunque aparcando en la propia calle, se supone de todos, pero pegaditos, eso sí, a nuestra puerta (si pudiéramos meter el coche en el salón de nuestra casa lo haríamos) creáramos la idea de que este espacio público, de repente y por el paso del tiempo, se convierte en propio, cual predio con favor de servidumbre.
La calle es de todos, esto es así, es un aforismo del libro y, donde se puede aparcar, el que primero llega aparca y se acabó el asunto. Una buena convivencia y vecindad se construye precisamente aparcando, en el mismo lugar, unos días unos y otros días otros, no todos los días el mismo y haciendo uso como propio de un espacio que es de todos. No hablaré ya de los que no soportan esperar detrás del camión del pobre butanero o repartidor de turno para luego aparcar molestando en cualquier lado para comprar la barra de pan.
Estas cosas tiene el verano, pero, aparcado nuestro coche se me antoja acudir al supermercado para comprar algunas cosillas para echar en la barbacoa de esta noche y según me encuentro delante del expositor de carne me doy cuenta de lo aburrida que va a ser de nuevo la cena a pesar de la grata compañía de mis amigos. Pienso que las barbacoas nocturnas han perdido todo el encanto más allá de la divertida reunión de amigos. Hemos de recuperar el hecho gastronómico como protagonista fundamental de este tipo de eventos tan propios del verano.
Miro con indiferencia a la proteica morcilla y al grasiento chorizo fresco más propios del invierno, a la panceta escuálida de magro y el entrecot escuálido de grasa y pienso, por qué no unas rodajas bien gruesas de calabacín fresco, de berenjenas bien prietas, de pimientos carnosos verdes y rojos, de cebolletas a la mitad, de puerros enteros y para terminar unos lomos de rodaballo o de lubina, o unos gruesos filetes de atún con un mojo verde o sencillamente unas brochetas, más fácil, de rape, verduras y langostinos o de merluza en tacos, tomates cherry y pimientos de padrón.
Pues eso, bendito verano, que la calle es de todos y el humo de la barbacoa también.
EL ORÉGANO DE CENICIENTOS
Vino Venus Afrodita
con la raíz a la Peña,
y entre los pinos se adueña
del perfume que lo habita.
De ropa bien ligerita
vino y lo plantó la diosa,
y es orégano una rosa
que al ser venusina herencia
inunda con su presencia
Cenicientos amorosa.