Desde el 28 de junio se han sucedido varios incendios en el centro peninsular. En este rincón del país convergen áreas de un enorme valor natural como Guisando, Valle del Tiétar, Valle de Iruelas, Sierra de Gredos, Pinares de Almorox y Encinares de los ríos Alberche y Cofio. Almorox, Cadalso de los Vidrios, Cenicientos, Villa del Prado, Rozas de Puerto Real, Sotillo de la Adrada, Casillas, El Barraco, Gavilanes, Pedro Bernardo, El Arenal y Poyales del Hoyo han sufrido estos desastres. Escribimos estas líneas un 27 de julio. Queda verano. Y el verano amenaza con extenderse de febrero a noviembre. En el incendio iniciado en la localidad toledana se quemaron más de 3.000 hectáreas. Cualquiera que sea consciente de la biodiversidad que alberga un metro cuadrado de este territorio reparará en la catástrofe. El impacto es terrible en lo ecológico, lo económico y aun en lo psicológico.
La situación de vulnerabilidad y la sensación de amenaza actual entronca con la cuestión de la España vaciada, el abandono rural, la crisis climática, la aridez y la urbanización masiva del territorio. Son estas cuestiones complejísimas que requerirían centenares de páginas. Deseamos con estas líneas contribuir al debate sobre las medidas a aplicar para reducir la fragilidad de los paisajes ante el fuego y, por tanto, de nuestros municipios. Tomar medidas al respecto es urgente. Ya. Ni sociedad ni instituciones pueden seguir diciendo eso de “hoy, no; mañana”. Si estas propuestas suscitan la impresión de basarse en costes inasumibles, rogamos que piensen en el coste que puede tener que ardan comarcas enteras:
Los grandes incendios forestales (aquellos que queman más de 500 ha.) pueden llegar a alcanzar tal energía que supere la capacidad de extinción; como afirmaba un informe de WWF (de 2017) no se apagan con agua, sino con gestión forestal y planificación territorial. Esto entra en contradicción con las políticas de crecimiento ilimitado de muchos municipios. El espacio de contacto urbano-forestal no ha parado de crecer, multiplicando con ello el riesgo de incendios y la dificultad en su extinción, pues la prioridad de la defensa de bienes e infraestructuras urbanas hace que los frentes se ataquen muy tardíamente, dejando con ello arder macizos enteros. No se trata de impedir el crecimiento de los pueblos, sino de evitar que las masas forestales estén salpicadas de viviendas. Estos pueden crecer priorizando el interior de los núcleos urbanos, fomentando la restauración y la rehabilitación. Sería buena la autocontención urbanística, entre otras cosas para saber cuál es el perímetro a proteger.
Una correcta ordenación y planificación territorial debería atajar la expansión forestal descontrolada con una vuelta a actividades agrícolas, ganaderas y silvícolas, a modo de acción preventiva. Un paisaje más diversificado, en forma de mosaico, puede contener, o incluso detener, el avance de las llamas. Además del apoyo público a estas iniciativas, sería deseable contar con el compromiso individual en forma de consumo responsable y de proximidad: en lo posible, consumir carne, lácteos, frutas, cereales, verduras y hortalizas de los lugares más cercanos. Recuperemos pastos, viñedos, cultivos leñosos… cualquier espacio agropecuario recuperable no solo por su capacidad productiva sino también por su capacidad de contención y ralentización de incendios.
La continuidad natural de los espacios citados no entiende de fronteras administrativas. Los medios de extinción deberían actuar considerando el territorio como una unidad. Es una estupidez o una negligencia de trágicas consecuencias que los medios de Madrid, o de Castilla y León, no actúen de forma inmediata porque un incendio esté, según líneas más o menos imaginarias, en Castilla La Mancha, cuando la continuidad forestal amenaza a las tres comunidades.
Hay que acometer de una vez las fajas perimetrales que habrían de proteger los núcleos urbanos. Municipios y autonomías deben disponer de fondos para tareas de prevención que podrían ser realizadas por cuadrillas locales mediante clareos y recuperación de suelo agrario, como viñas abandonadas o zonas de pastoreo. Sería positivo también un plan de sustitución de plantas pirófilas, a fin de que urbanizaciones y municipios no sirvan de pasillos para el fuego. Hablando de urbanizaciones: ¿para cuándo los planes de autoprotección?, ¿cuántas urbanizaciones disponen de una salida de emergencia para casos de desalojo en los que no se pueda utilizar la vía principal (a veces, única vía de entrada y salida, que podría convertirse en una “ratonera”)?
En el ámbito de la prevención y la extinción parece que las administraciones no mueven ni un dedo sin que una gran empresa haga negocio, especialmente en las contratas de medios aéreos. Frente a la exhibición de medios de extinción urge dignificar el papel de las bomberas y bomberos forestales, en primer lugar, reconociendo su categoría profesional y prolongando su actividad durante todo el año, en tareas de prevención. Estas personas merecen, además, una segunda actividad para el momento en que su edad o el desgaste físico hacen imposible la realización de las tareas más duras. Son hombres y mujeres que, a cambio de asumir cada vez más riesgos, padecen condiciones salariales y profesionales precarias.
Por último, reivindicamos un cambio cultural y educativo respecto al entorno en el que vivimos, que es rural, no urbano. ¿Por qué no impulsar una Formación Profesional vinculada al agro? Pueblos como San Martín de Valdeiglesias, Villa del Prado y Cenicientos, por ejemplo, están dando una lección del potencial hortofrutícola y vitivinícola de nuestra comarca.
Sierra Oeste desarrollo Sostenible, https://www.nodo50.org/sierraoestedesarrollosostenible/