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Juan Belmonte, el revolucionario

Belmonte apunta el temple, la quietud de los pies, la templanza, la despaciosidad en la ejecución de las suertes, por lo que fue y siempre será considerado como el fundador del toreo moderno. Belmonte apunta el temple, la quietud de los pies, la templanza, la despaciosidad en la ejecución de las suertes, por lo que fue y siempre será considerado como el fundador del toreo moderno. En sus años juveniles y mozos nadie podía imaginar lo que acabaría siendo. No hubo travesura que no intentara ni malos amigos que no frecuentara. Pasó a formar parte de una panda de torerillos, un pequeño grupo de antisociales, vagos, gamberros y pendencieros.

Isidoro Rábanos

No tenían otro norte que reivindicar la tauromaquia de Antonio Montes, único matador al que respetaban y al que, naturalmente, ninguno había visto torear. De noche, se iban a las dehesas, apartaban algún novillo y lo toreaban chaquetilla en mano a la luz de la luna. Así fueron los comienzos de Belmonte, un fuera de la ley, rebelde, desclasado, un joven sin esperanza de futuro que nunca pensó en llegar a ser torero.

Su aparición en los ruedos causó estupor y en todos los ámbitos circuló la famosa frase de Rafael Guerra, “Guerrita”, que decía: “Así no se puede torear, el que quiera verlo que se dé prisa, porque ése durará un suspiro”. Toreaba de un modo desconocido para la época y rompió el axioma de “o te quitas tú, o te quita el toro”.

Él puso en práctica los tres tiempos de la lidia: parar, templar y mandar, a lo que más tarde agregó cargar la suerte. Toreó más cerca del toro que nadie y ninguno realizó como él la serie de verónicas o el pase natural.

Los centenares de cogidas que sufrió en sus primeros años le rodearon de una leyenda que cristalizó en el entusiasmo de público e intelectuales, creándose una teoría patético-estética que le dió una tremenda popularidad.

Decía que el toro no tenía terrenos propios; no admitía derechos de propiedad dentro del ruedo ni a humanos ni a fieras. Esa fue su revolución. Lo demás fue personalidad.

Para suerte del toreo apareció un rival digno de Juan se llamó José Gómez Ortega, “Joselito”, la competencia entre ambos toreros fue inmediata y fecunda para la fiesta, contraponiéndose el estilo antiguo, de pies y de dominio de José al innovador, circular, trágico y profundo de Belmonte.

Si como hemos indicado Belmonte apunta el temple y Joselito el toreo ligado, ¿entonces no están ahí las dos claves de la tauromaquia actual? El torero cartesiano se fija en el iconoclasta, Belmonte inicia el camino, Joselito lo ejecuta.

El toreo de Belmonte que supuso una completa revolución en las reglas del arte fue evolucionando con los años ya que, si en su origen pisó terrenos que nadie había pisado nunca, al final de su carrera su toreo era más clásico y hondo; siempre genial de concepción.

Su amistad con su gran rival en los ruedos fue fantástica, los dos se necesitaban y se complementaban, pero la temprana muerte de José en Talavera de la Reina le dejó solo en la cumbre del mundo taurino, un golpe del que no se repondría jamás.

Con ambos llega un nuevo concepto en la tauromaquia, la creación de plazas monumentales, impulsada por Joselito, y el acercamiento de los intelectuales a la fiesta, mérito de Belmonte, que se aficionó al trato con Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres, Solana, Vázquez Díaz y a otros artistas taurófilos. Es famoso el diálogo con Valle:

-Ahora Juan solo te queda morir en la plaza.

-Se hará lo que se pueda, Don Ramón, se hará lo que se pueda.

Con el dinero y la gloria llegaron los contratos en América, llenos inmensos en el México revolucionario, o en la sevillana Lima, donde encontró esposa. ¿Cogidas? Todas. Pero la peor fue la de Joselito. Belmonte murió con él. Luego se retiró dos veces, rejoneó, tuvo cortijo, ganado y millones. Envejeció lentamente entre Madrid, Sevilla y su finca de Utrera. Tenía siempre en sus recuerdos y su boca la muerte; pero la muerte fue de otro. Con 70 años, se enamoró de una flamenca muy joven. Una tarde, salió a pasear a caballo, vio el ganado, contempló el atardecer, volvió a casa, subió a su habitación y se pegó un tiro. “Se torea como sé es”, Juan Belmonte.

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