Cuando lean este artículo Rajoy habrá ganado por mayoría absoluta y habrá acaparado la concentración más grande de poder en todos los ámbitos (estatal, autonómico y municipal) de la historia de la democracia. Querían manos libres para hacer las cosas y los españoles les hemos dado esa satisfacción.
Al ex presidente Zapatero le quedan todavía algunos meses por delante de insidias para justificar en la herencia recibida las medidas impopulares que se han resistido a contar hasta ahora pero que ya no tendrán más remedio que aplicar. Como ya las hemos mencionado en alguna ocasión, huelga insistir en ello (copago sanitario, subida del IVA, congelación de salarios….), más ahora que los votantes hemos dado nuestra completa aprobación. A los dirigentes populares se les ve muy sonrientes y exultantes: ¿contentos?
Mientras se pudo galopar a lomos de la burbuja inmobiliaria el Gobierno de Zapatero prefirió orientar sus energías hacia otros ámbitos distintos del económico. A fin de cuentas todo cuadraba, con una política continuista se obtenían cifras de crecimiento del PIB por encima del 4%, el paro era el más bajo de la historia (y eso que había cuatro millones de inmigrantes más) y teníamos incluso superávit público.
“Deberíamos haber hecho algo con la construcción”, se han lamentado muchos a toro pasado. Todo se truncó en el año 2008 con el colapso financiero mundial y la sequía del crédito que se llevó por delante este sector que ha sido protagonista del desarrollo económico de nuestro país en los últimos 25 años y el principal motor del empleo. Las turbulencias en Europa hicieron el resto, obligando a tomar medidas muy drásticas en mayo de 2010 (congelación de pensiones, bajada de sueldo de los funcionarios….) para no terminar en un corralito a lo argentino. El resto de la historia es conocido. Descrédito, cinco millones de parados y los españoles que claman por un cambio.
A los dirigentes del PP, a partir de ese mayo de 2010, las cosas les empezaron a pintar muy bien en las encuestas (que hasta ese momento les eran adversas). Aunque se aplicó un programa de corte neoliberal como el que ellos defendían, se votó en contra de todas y cada una de las medidas del Gobierno, desgastando a éste al máximo, aún a costa de quedar desacreditados frente al exterior en unos momentos muy delicados para nuestro país. El cálculo era que el trabajo sucio lo hicieran ellos, porque la crisis duraría dos años y cuando cambiara el Gobierno les tocaría el inicio de la recuperación. Con cifras de paro más y más altas, no fueron necesarias finas estrategias para ir abriendo hueco en las intenciones electorales y bastaron promesas genéricas de empleo (sin concretar cómo) para que millones de españoles pusieran su confianza en ellos.
El problema es que la crisis, como los conocidos conejitos de los anuncios, sigue y sigue. Es más, lejos de mejorar va a peor a tenor de las últimas cifras del PIB del tercer trimestre de 2011.
Y la sonrisa se torna mueca, cuando ven que el peor de los escenarios se les viene encima: dos años de crecimiento negativo del PIB y más destrucción de empleo (con cifras que pueden rozar los seis millones de desempleados dependiendo de la evolución de la población activa), todo ello en un tiempo que coincidirá con la aplicación de un programa (que ya no será oculto) que a todas luces será muy impopular y que terminará empeorando más las cosas (se aplicarán recortes cuando se necesitaría estímulo).
Así las cosas, incluso teniendo todo el poder, clamarán por un pacto de Estado apara acallar a la ciudadanía que con seguridad mostrará su malestar.
Espero que las fuerzas de oposición y sindicatos encuentren la serenidad suficiente para no sucumbir a la gran presión que van a tener que soportar, aunando fuerzas y defendiendo los intereses de los trabajadores y parados, por encima de pactos trampa con los que se les intenta anestesiar. No con una educación y sanidad pública peor, ni con la bajada de salarios y prestaciones por desempleo se sale antes de la crisis. Todo lo contrarío, la perpetúa. El PP quería manos libres para aplicar su programa y crear empleo. Ya las tienen: el tiempo, y los parados, juzgarán la eficacia de sus políticas.