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Pleitos entre los abades y la villa de San Martín de Valdeiglesias

  • El condestable Álvaro de Luna ganó la batalla al abad del monasterio en 1434.

En 1150, fecha del inicio de la construcción del Monasterio de Valdeiglesias, este valle apenas estaba habitado por doce eremitorios diseminados entre el desfiladero de San Juan y el cerro de Guisando. Alfonso VII decide unir a estos eremitas diseminados en la comarca, para fundar juntos, el monasterio de Santa María de Valdeiglesias, en Pelayos de la Presa. Y cabe a los monjes la tarea de repoblar la zona, bajo el apoyo real, una vez que Toledo (1085) ha sido ya conquistada y se requiere un avance decidido al sur del Tajo. Pronto, sin embargo, comienzan los pleitos entre el señorío abacial y los nuevos pobladores, puesto que el surgimiento de villas como las de San Martín, y en menor medida Pelayos, chocan con la omnipresencia de los monjes, señores únicos, en ese momento del valle.
El primer choque se produce en 1205, cincuenta y cinco años después de la Dotación del monasterio por parte de Alfonso VII, llamado el emperador por unir en su figura los reinos de Castilla, León y Galicia. El Tumbo, el libro que relata la historia del monasterio desde su creación hasta la Desamortización (1835) , ya señala que siendo abad del convento Bernardo tuvieron diferencias con los pobladores del valle de San Martín y de Pelayos “porque querían alzarse con toda la tierra de la Dotación que había dado a este monasterio el emperador”. El rey Alfonso VIII interviene y encarga al arzobispo de Toledo que intervenga y marque los términos. “Oyó las partes”, menciona el monje escribano del Tumbo, “y visitando la tierra” [el arzobispo de Toledo], dio sentencia “por la cual señaló vasallos a todos los moradores y vecinos de San Martín y de Pelayos, y los derechos que debían pagar al abad”. El monasterio había ganado. Pero, solo, de momento…
Los monjes fueron los repobladores del valle. A partir de su instalación en él, vinieron muchos pobladores, pero también se convirtieron en los señores de la comarca, y los pioneros de las villas pasaron de campesinos a vasallos abaciales. Por tanto, el conflicto estaba servido y durará siglos. Es tiempo en el que el monasterio extiende su poder con la incorporación de la granja de Alarza (de donde coge el trigo para los monjes, allá en el señorío de Plasencia), y las dehesas de las Cabreras y Navas [actual Navas del Rey]; así como el derecho de paso de ganados por la Cañada Real.
Este artículo no permite extenderse con detalle en la multitud de pleitos y peleas, incluso con “gente armada” entre la villa de San Martín, cada vez más en auge y los abades del monasterio. Digamos que en 1355, el obispo de Ávila, el influyente don Sancho, actúa a instancia del rey Juan I como juez árbitro, sentenciando a favor, nuevamente, del monasterio y mantiene el uso de las tierras para labrarlas y cultivarlas en beneficio de los monjes; así como el derecho de paso de ganados libres de cargas.
La venta de San Martín
La venta de San Martín a Álvaro de Luna, comendador de Castilla, en 1434, se produce precisamente, para intentar solventar los continuos pleitos entre los pobladores del valle y los monjes, señores del dominio abacial que incluye toda la comarca.
El monje relata esas supuestas razones para vender gran parte de la jurisdicción de Valdeiglesias a Alvaro de Luna, entonces verdadero hombre fuerte del rey Juan II. Y obviamente el monje toma partido a favor del monasterio: “los desafueros y maldades de los de dicha villa [San Martín] hacían y usaban con el abad y convento de este monasterio perdiendo la vergüenza y temor de Dios: no guardando el respeto que debían al abad como señor que era. Y fue tanto que viendo el dicho abad no se podía averiguar [arreglar] con ellos trató con el dicho condestable de venderle el dicho señorío de la dicha villa por salir de tan mala gente y tener paz”. “De tal venta no resultó la paz que se pretendía sino mayores dificultades y pleitos que al día de hoy [mediados del siglo XVII] no se han acabado”, afirma el monje que escribió el Tumbo.
Hoy estas palabras hay que entenderlas sin localismos absurdos. La razón de fondo del conflicto entre el emergente burgo de San Martín, formado por campesinos, artesanos que pronto tendrán mercado franco y la incipiente clase de caballeros, por una parte; y el monasterio de Valdeiglesias, por otra, era moneda común en grandes partes del Reino. En definitiva es la lucha, a veces cruenta, entre el poder urbano y el poder monacal. A mediados del siglo XV, las poblaciones urbanas aliadas con la nobleza real (representada en este caso por Alvaro de Luna) lograrán imponerse a los señores monacales cuyo poder era ya, especialmente en el caso de Valdeiglesias, sensiblemente inferior al de 1150.
Hay, sin embargo, otras razones y consecuencias de por qué el abad busca a Alvaro de Luna, para vender la gran parte de su jurisdicción hipotecando el futuro del monasterio. El Tumbo, veladamente, apunta a que el acuerdo de venta al condestable se hizo en contra de buena parte de los monjes. Ahí aparece la figura del abad Pedro de Urueña, quien urdió la venta por 30.000 maravedíes. Este monje, procedente del convento cisterciense de La Santa Espina, en Valladolid (casa madre de la que dependía Valdeiglesias), junto con otros cinco monjes más también de La Espina, fue la figura clave para realizar la operación. El abad tenía vinculación, probablemente, con Alonso de Urueña, el influyente abad de La Santa Espina.
Veinte años después de la venta, en 1453, otro abad, en este caso Alonso de Matatoros, originario de San Martín, intentó revertir la venta cuando se enteró de que Alvaro de Luna, había perdido drásticamente su influencia, e iba a ser ajusticiado en Valladolid. Un monje del convento viajó en menos de tres días desde Pelayos, para hablar con el todavía condestable de Castilla y “llamarle a misericordia”, pero al llegar a la ciudad vallisoletana encontró, dramáticamente, la siguiente escena en la plaza mayor vallisoletana: en una pica la cabeza de don Alvaro, y en el suelo su “cuerpo tronco”, como se narra (ver artículo del mismo autor en “Santa María de Valdeiglesias, un monasterio por descubrir”. Revista “Románico”. Enero 2018). Llegó tarde para intentar convencer a Alvaro de Luna puesto que acababa de ser ajusticiado. Pero, esa, es otra historia.

Castillo de la Coracera (San Martín de Valdeiglesias).

Una calle para el monje escribano

“El gran deseo que he tenido, y tengo, de servir en algo a este monasterio de Nuestra Señora de Valdeiglesias donde tomé este santo hábito, viéndome ya en los últimos años de mi vida y tan achacoso que no podía servir en otros oficios, tomé por asunto el componer los papeles del Archivo”. Así comienza el monje anónimo del Tumbo de Valdeiglesias, escrito entre 1636 y 1644, un libro elaborado en pergamino de más de mil páginas, que al cabo del tiempo es prácticamente el único testimonio escrito que se conserva del monasterio de Pelayos de la Presa.
Este monje realizó un trabajo minucioso durante ocho años recogiendo el escrito de Dotación, privilegios reales, bulas papales, pleitos entre vecinos y el monasterio. Sin él no sabríamos cómo vivían los monjes cistercienses, ni cuáles eran los términos y obras realizadas durante nueve siglos. Sorprende su rigor y meticulosidad. Este monje del convento, el Monje de Valdeiglesias, requeriría hoy el nombre de una calle por parte de los Ayuntamiento de Pelayos de la Presa, San Martín y Navas del Rey.

Enrique Jurado, periodista y presidente de la Asociación Cultural Alberche-Albirka, colectivo autor de esta serie de artículos históricos.
www.Albirka.blogspot.com.

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