Se ha convertido ya en costumbre que se nos anuncien más y más medidas dispuestas para mitigar la precaria economía que nos invade. Y por estar tan acostumbrados no nos sorprende ya que un día sí y otro también oigamos a nuestros políticos hablar de nuevas actuaciones que supuestamente redundarán en nuestro propio beneficio. Pero si nos dejamos de artificios y consideramos fríamente lo que están haciendo con nosotros deberíamos empezar a tomar verdadera conciencia de hacia dónde nos están llevando.
No hace falta discernir demasiado para comprobar que tanto los impuestos, por ejemplo el IVA, como los servicios básicos, la luz y el transporte sin ir más lejos, están subiendo a un ritmo muy superior al de los sueldos, por no hablar de la ascenso de los precios o de la caída de las coberturas sociales. En pocas palabras: todo cuesta más pero nosotros ganamos menos. Y ellos apretando la tuerca cada vez más para volver a apretarla sin compasión. El poder adquisitivo de los españoles está cayendo en picado. Los tres millones de funcionarios han visto su sueldo congelado; para el resto de trabajadores se espera una mejora salarial de, como mucho, un 0,6%, eso si no les bajan el sueldo que para evitar un ERE; los 9 millones de pensionistas no alcanzarán en ningún caso el 2% de subida y se quedarán sin paga compensatoria. Cada vez son más los hogares españoles que tienen dificultad para llegar a fin de mes o que sencillamente no pueden llegar por sus propios medios. Y los que tienen la desgracia de hallarse desempleados se ven cada vez más dejados de la mano de Dios, desamparados. La clase media, esa que sirve para decidir las elecciones, parece abocada a la desaparición o, cuando menos, a verse reducida a la expresión mínima.
A todo esto tenemos que sumar muchas cosas que antes no nos costaban un céntimo y que ahora salen de nuestro bolsillo. Las matrículas universitarias de nuestros hijos cuestan un riñón y las becas se deniegan pos sistema; los trabajadores de la sanidad están en pie de guerra escandalizados al ver que vamos a perder nuestro modélico sistema sanitario para orquestar uno nuevo en el que compañías cuyo accionariado es afín al poder político hace negocio con nuestra salud mientras enfermos muy graves no tienen ambulancias para ir a recibir sus tratamientos. Por todo ello nos empiezan a pedir dinero haciendo peligrar el status social que veníamos ocupando.
Para más inri el ministro Gallardón a anunciado la implantación de una tasa judicial que pagaremos para presentar demandas y recurrir a un Tribunal Superior cuando no estemos de acuerdo con una sentencia. Y mientras tanto esa Justicia ve cómo la arbitraridad del Gobierno indulta a sus secuaces y no lo hace en casos de lesa humanidad dándonos por pensar que ser rico es sinónimo de ser inocente y pobre lo es de culpable. La igualdad que pregona nustra Constitución queda en entredicho y los casos de corrupción saltan por doquier. Urdangarín, noble y miembro de la Corona acusado de desviar fondos públicos, o Luis Bárcenas y los famosos sobres de dinero regalados a miembros de su partido son la gota que colma el vaso para una sociedad harta de verse cada vez más empobrecida a la vez que políticos y oligarcas se apropian de lo que no es suyo como si tuvieran mucha necesidad y se guardan ingentes cantidadades de dinero.
Hay un doble rasero que se corrobora con la ascención de los más ricos, que cada vez lo son más, y la caída de los más pobres, que cada vez lo son en mayor número. Quieren que perdamos la salud, que no tengamos la educación que nos permita cuestionarlos y que nos condenen por pequeños delitos más que a ellos por barbaridades. Quieren una sociedad partida por el eje con dos clases de distancias insalvables. Parece que se han propuesto acabar con la clase media y no están muy lejos de conseguirlo. ¿Nos vamos a quedar mirando?

Sánchez Bacana