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Hospital Virgen de la Poveda: Mirando las estrellas

  • Este mes la doctora Celia Ibáñez, especialista en Psicooncología y cuidados paliativos del Hospital Virgen de la Poveda, nos trae un relato verídico y emocionante de cómo una niña de cinco años afrontó la muerte de su padre.

Cuando hace ya varios lustros comencé a tratar personas en sus últimos días de vida, todo lo aprendido me parecía relevante: tantos conceptos teóricos asemejaban ser árboles que dificultaban ver el bosque. Aquí, distinguía un pino, allí, una encina, pero no era inmediato sentir las interrelaciones de este complejo ecosistema.  La experiencia hace que se comprenda cómo funciona el mundo, hubo de ser una pequeña maestra de tan solo cinco años quien, apartando las ramas me mostró vívidamente qué era la compasión.
Una mañana cualquiera, leyendo el informe del nuevo ingreso: 35 años, tumor cerebral, casado, tienen dos hijos una niña de 5 años y un bebé de 6 meses, ya se ha despedido de todo, no quiere hablar con ningún miembro de los equipos sanitarios que le han atendido.
A media mañana llegó a la unidad de paliativos: “Soy Pablo, me voy a morir, no quiero hablar con nadie de vosotros, ponedme medicación para dormir; si tenéis que dar información porque es vuestro trabajo, hablad con la chica que me acompaña, vendrá ahora, se ha quedado dando los datos”. Nunca más volvió a hablar tanto… con nosotros.
La chica era Palmira, su esposa, una mujer joven, con grandes ojeras y los ojos preñados de lágrimas. Cansada, nos relató la historia de Pablo: nació en un pequeño pueblo, se separó de sus padres después de una muy mala experiencia en un colegio, nadie le creyó y huyó a Madrid, con sólo 16 años comenzó a vivir solo. Formó pareja, llegó a estudiar en la universidad y consiguió un buen trabajo. El día que su mujer se puso de parto de su segundo hijo, él llevó a su primogénita con los abuelos maternos y se fue con Palmira al hospital. Allí en las urgencias se desplomó, todos creyeron que era la emoción, pero las pruebas confirmaron un tumor. Nunca quiso coger a su hijo… Rápidamente tomó conciencia de su final e intentó hacerlo sencillo.
Olivia, su hija mayor, pasaba todas las tardes jugando con su padre a las peluquerías en el parque y por la noche a miraba las estrellas desde el telescopio del salón. Palmira nos contó que Pablo se había ido separando emocionalmente de todos, ya no interactuaba con ellos, no preguntaba por los amigos, no quería visitas en casa; le había dicho que prefería que lo olvidaran cuanto antes para que no sufriesen tanto con su deterioro. Con su hija Olivia era distinto: no pudo decirla adiós cuando salió de casa camino del hospital.
Olivia quería ver dónde iba a vivir su papá, llegó muy pizpireta preguntando sobre los horarios de comidas, menús, baños, televisión, los telescopios y el parque, todo lo que su padre necesitaba para estar bien. Desde el equipo le dijimos que su padre no podía hablar mucho y que pasaba mucho tiempo dormido por causa de la enfermedad.  Entró a verle a la habitación, trepó por la barandilla y le abrazó, comenzó a relatar toda la semana de colegio que había tenido. Él no contestó, sólo derramó una lágrima… “papá estás muy triste, yo sé que te ríes si me ves jugar, me quedo aquí jugando al puzle en el suelo”, y así lo hizo. Después valoramos cómo estaba. Olivia: “Estoy bien, papá está triste y tengo que hacer algo por él, vosotros le ponéis medicinas y yo juego a su lado”. Eso era; aquella era la realidad de la compasión, de ese sentimiento que te mueve desde lo profundo, que se da cuando te acercas sin miedo, sin culpa, sin dolor, cuando te acercas al otro y conectas con su emoción, con tu emoción. Si eso se da no es posible reprimir la necesidad de hacer lo que esté en tu mano.
Además gracias a Olivia descubrí que es contagioso… Una de las tardes de puzles, pasé a verles, Olivia intentó de nuevo hablar con su padre:
– Papá dicen todos que te tienes que morir, ¿es verdad?
Pablo abrió los ojos, la miró y la llamó:
– Ven aquí conmigo- Olivia se subió a la cama con él, se acurrucó en su hombro- Me tengo que ir, el tiempo aquí se me agota, me iré a un sitio donde ya no me podrás tocar ni besar, pero siempre estaré contigo.
– ¿Tampoco jugarás más a las peluquerías con mis amigas?
– No Olivia, ya no volveremos a jugar en el parque, pero te acordarás mucho de esos días porque están en tu corazón y también en el mío.
– Y… ¿quién me llevará al cole?
– Ahora será mamá y los abuelos los que te llevarán y llegará un día que vayas con tu hermano. Muchas personas nos quieren y van a ayudarte cuando me eches de menos.
– ¿Tú estarás bien?
– Yo estaré bien, iré al cielo y cuando seas muy mayor y hayas tenido tus hijos y tus nietos vendrás conmigo.
– Ah, pues entonces si vas al cielo pídete una estrella de las grandes para que cuando nos muramos mamá, el hermano, los abuelos y yo podamos ir a vivir allí contigo de nuevo; yo quiero vivir siempre contigo.
– Haremos una cosa, viviré en una de las estrellas que se ve desde la ventana del salón y por las noches, como hacemos ahora juntos, mira el cielo y allí a lo lejos estaré esperando que me cuentes cómo te ha ido el día. Puede que no me veas pero estaré allí deseando escucharte y mandándote un beso de dormir”
– Entonces, no te vas del todo…
– Puede que alguna noche, en sueños, podamos jugar de nuevo a las peluquerías.
Así, Pablo tuvo compasión de esa pequeña, que le mostró su fragilidad y sin necesidad de caretas.  Él empatizó con ella y sintió la necesidad de dejarla herramientas que pudieran ayudarla a afrontar su dolor.
Cuando Pablo falleció, su esposa entre lágrimas, recordó aquella tarde con Olivia y cerró su historia, vivenciando que no todas las personas tienen la suerte de haber tenido un gran amigo, un gran amante, un gran padre, un gran marido y que ella había disfrutado 18 años de él.
Siempre estaremos agradecidos por aquellos momentos que compartieron con nosotros.  La fotografía de Olivia se grabó de forma indeleble en todos los que tuvimos la suerte de acompañarlos en este periodo de sus vidas. Este es ya un capítulo de mi biografía, el regalo de acercarse a la esencia.
La última vez que hablé con Olivia me contó que pese a los 10 años que han pasado ya, ellos siguen cada noche mirando las estrellas desde el salón.

2 Respuestas para “Hospital Virgen de la Poveda: Mirando las estrellas”

  1. EL GAZPACHO DE LOS POBRES
    A mis padres

    En las ardorosas tardes de siega
    y en las no menos de agobio de trilla,
    surcaba el cielo la franja amarilla
    y el cansancio se batía en repliega.

    La manta extendida el mantel despliega,
    y el suelo era nuestro asiento de silla,
    y en la tarreña está la maravilla
    cuya visión nos inunda y anega.

    La pueblerina cuchara en madera,
    en la tarreña el humilde gazpacho,
    la paz sublimando la parva en la era,

    y uncidos triscan la mula y el macho
    y un lienzo que enmarcó y fue la frontera
    de infancia pobre y feliz de un muchacho.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

  2. SONETO AL CRISTO DE CENICIENTOS

    Ir lejanos,surcando el infinito.
    Ungidos con el agua de la fuente,
    desvaneciendo arrugas en la frente
    en rituales de pecador contrito.

    Ir cercanos sin ánimo proscrito
    de una tropa de réprobos silente
    convergiendo en la cita convergente
    ubicada en tu celestial distrito.

    Danos, Señor, tus manos de esperanza,
    de los templados días de bonanza,
    compañeros asiduos de la suerte,

    de ver tu luz sobre coruchas sienes,
    que aseguran que ayudas y sostienes
    en el trance ominoso de la muerte.

    Saturnino Caraballo Díaz
    El Poeta Corucho

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