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La Biblioteca del Monasterio de El Escorial y la esfera armilar

Sobrio, dominante y sereno se erige el Monasterio de El Escorial en sitio escogido. Fiel reflejo del monarca que reinó desde la austeridad y recogimiento un gran imperio, Felipe II, protector de las artes y las ciencias recoge en la Biblioteca, algo más que una colección de libros. Dos columnas flanquean la entrada al salón de 54 metros de largo por 9 de ancho y 10 de alto en el punto central de la bóveda. Destacan las maderas finas de la puerta y de la estantería dórica diseñada por Juan de Herrera, de caoba, ébano, cedro, naranjo, en contraste con el blanco y pardo mármol del pavimento.
La Biblioteca, estancia común donde concurrían todos los habitantes del Monasterio, se asienta sobre el zaguán contiguo a la puerta principal, y recorre toda la distancia que hay desde el Claustro grande del Convento hasta Palacio, de esta manera une Convento y Colegio. La idea de Miguel Ángel, una biblioteca compuesta de una sola nave alargada, con ventanas muy bajas que inundan de luz, de poniente el gran espacio de planta rectangular.
Centrémonos en la bóveda de la “Sala de los Frescos” y sus siete divisiones que representan los siete pilares de la sabiduría: Astronomía, Geometría, Música, Aritmética, Dialéctica, Retórica y Gramática. Dos testeros con la Teología y la Filosofía en el medio punto coronan el largo salón. Entramos desde el Convento por la Teología y salimos bajo la Filosofía hacia el Colegio. Ingenio nada casual como toda la construcción herreriana. La Astronomía o Astrología desde que Ptolomeo uniera las dos disciplinas, se encuentra recostada sobre un globo celeste y varios niños alrededor que estudian los astros. Por encargo del monarca, el pintor italiano Pellegrino Tibaldi representó en la bóveda a Ptolomeo, Alfonso X “el Sabio”, Euclides y Juan Sacrobosco. A la izquierda de los astrónomos, un fresco de un eclipse sobrenatural, enfrente el rey Ezequías en cama y el profeta Isaías, quien le promete quince años más de vida; como garantía le muestra un cuadrante solar cuya sombra retrocede diez grados. Bajo el fresco de Ptolomeo, la esfera armilar de madera con la que estudió los movimientos de los astros, descansa sobre un pie de cuatro sirenas.
Cuando el joven Felipe III cumplió los seis años recibió un maravilloso regalo, una esfera de armillas metálicas y de madera, que su padre montó en sus habitaciones con sumo esmero y cuidado. La esfera viajó en dos cajas desde Florencia por encargo del cardenal de Medici hacia Nápoles, donde embarcó y navegó rumbo a Alicante. Construida por Antonio Santucci, fue en realidad un obsequio del Ducado de la Toscana, Don Fernando de Medici, a Felipe II en 1582. Se trata de una esfera didáctica que muestra las coordenadas celestes de los astros, y no es válida para tomar observaciones (ni como juguete para el joven príncipe). Su función principal es la observación del Universo práctico, las distancias equidistantes, que no reales, se sitúan mediante coordenadas, latitudes, siendo la armilla central el ecuador celeste, la elíptica, el horizonte, el zodiaco invención de Ptolomeo, la rosa de los vientos; un total de 32 posiciones. Circunferencias con los grados tallados que representan las horas y en su interior el globo terráqueo, centro del Universo y sin inclinación. Rectitud y geocentrismo, el paradigma de la Grecia clásica arrastrado hasta Copérnico. Un siglo después Galileo con su telescopio observó los astros, los anillos de Júpiter y puso a la Tierra en su sitio.
La esfera armilar sirvió a los astrónomos para explicar los movimientos de los astros y sus cálculos. Las armillas, una vez situadas de manera que se dirigieran hacia una estrella, mostraban sus coordenadas celestes sobre unas escalas graduadas. Debajo del sistema de anillos, se pueden observar las tablas astronómicas, un almanaque con las distintas posiciones de las estrellas en diferentes periodos del año. Los meridianos exteriores coinciden con los equinoccios de primavera y otoño, y los solsticios de invierno y verano. Las estanterías de manuscritos y libros centenarios dejan un amplio espacio con cinco mesas de mármol y jaspe, dos veladores ochavados de pórfido y en el centro, objetos científicos, astrolabios, cartografía y otras esferas repartidas a lo largo de la nave. La Real Biblioteca bien merece otra visita, y otro modesto artículo.

Cristina Eguíluz Casanovas.

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