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Cuento de Halloween. Todo cambió tan deprisa…

Fernando López

Rememoro con nostalgia las navidades del año 2011, fueron las últimas auténticamente felices. Recuerdo el optimismo en las calles, la mayoría teníamos la esperanza de que el nuevo Gobierno, el más votado de la historia de nuestra democracia, pusiera fin a unos años de crisis durísimos, unos años en los que todos conocíamos a gente que empezaba a pasarlo mal. 

Los primeros meses fueron bien; los nuevos proyectos de Ley comenzaron a llegar al Congreso y fueron sacados rápidamente adelante,  gracias a la desahogada mayoría absoluta. Para la gente fueron tiempos agridulces. Por un lado, teníamos la esperanza general de que se diera un gran cambio a la economía, que nos dieran una oportunidad para recuperarnos. Y por otro, estaba la realidad cotidiana, en la que la  destrucción de empleo no paraba, pese a las medidas tomadas y el consumo no se recuperaba.

Sin saber muy bien cómo, en la primavera de 2012 se empezaron a acumular negros nubarrones. De repente surgieron intensos rumores en los mercados sobre la inmediatez de una bancarrota en Grecia, ante la precariedad de su Gobierno tras las multitudinarias manifestaciones contra sus medidas económicas.

La violencia empleada en su represión nos tenía todavía conmocionados. Miles de policías intentaron desalojar  a una multitud de la plaza de Sintagma y de las inmediaciones del Parlamento. Utilizando tanquetas y  gases lacrimógenos se generó una brutal batalla campal, con el dramático resultado de 15 muertos y centenares de heridos de todas las edades. La masiva reacción de la población convirtió a Grecia en un auténtico polvorín social, y colocó a su clase política al borde del abismo.

La tormenta perfecta comenzó pocas semanas más tarde, el lunes 11 de junio de 2012. Los insistentes rumores sobre la quiebra griega, las tensiones entre los diferentes gobiernos europeos y los ataques especulativos sobre la deuda de Italia tenían a las bolsas europeas exhaustas. Aquel maldito lunes cambió el mundo, cambió la historia y con ella nuestras vidas.

A las pocas horas de comenzar las sesiones en las bolsas comenzó el caos, el miedo se adueñó del parquet y el diferencial de la deuda de los países más débiles se disparó, la histeria de los inversores era máxima. Los principales bancos e indicadores europeos cayeron en picado, perdiendo al final de la sesión  más de un tercio de su valor. 

El pánico se extendió por las principales bolsas del mundo, provocando una auténtica caída en cascada de los principales valores. De nada sirvieron las llamadas a la calma de los gobiernos, las reuniones al más alto nivel se sucedían sin resultados, los mercados financieros europeos habían entrado en una irrefrenable espiral bajista. 

De aquellas terribles semanas recuerdo nítidamente dos cosas. La primera, las grandes colas de gente muy nerviosa, en las puertas de las antiguas cajas intentando sacar sus ahorros, tras el hundimiento de algunas de ellas por los ataques especulativos y  la explosión de la deuda inmobiliaria oculta. La otra imagen fue la del  gigantesco baile de dinero inyectado en los mercados, abrumadoras fortunas desaparecieron durante días en un gigantesco agujero negro sin aparente fondo.

La batalla terminó después de seis semanas de vertiginosos altibajos mundiales y tras inyectar los Estados varios billones de euros en unos mercados insaciables. El resultado fue devastador,  Europa y el euro estaban al borde de su ruptura y varios países en una quiebra económica efectiva.  Desaparecido el crédito, el gobierno, apoyado en su mayoría absoluta y presionado por los mercados, comenzó a realizar inmensos recortes presupuestarios y cambios estructurales radicales,  liberalizando al máximo la economía, había que hacer frente a una colosal deuda que la Constitución nos obligaba a anteponer a cualquier otra cosa. 

Miles de funcionarios y trabajadores fueron a la calle, los suministros no llegaban a los hospitales y había problemas para encontrar medicinas en las farmacias.  El paro se disparó al 31% de la población poco después de diciembre del año 2012. Los disturbios, producto de la frustración,  se generalizaron, rara era la semana en la que las principales ciudades españolas no vivían alguna manifestación en contra de los recortes sociales y de derechos. Los enfrentamientos con la policía eran frecuentes y cada día más virulentos. 

Se malvendió todo lo que se pudo, edificios,  aeropuertos, autopistas, puertos y se impuso el copago en servicios como la sanidad y la educación, también se redujeron las pensiones y se privatizó la gestión del agua. Poco después se aumentaron los impuestos al consumo y la energía, en un intento desesperado del Estado por recaudar. El nivel de vida cayó de forma dramática durante todo el año 2013.

Los gobiernos europeos, en un intento desesperado por controlar los disturbios, cerraron temporalmente las principales redes sociales. Los grandes medios de comunicación, presionados por los Gobiernos y las corporaciones que los controlaban accionarialmente, se plegaron a una autocensura en las informaciones que ofrecían, supuestamente para preservar  la estabilidad del ruinoso sistema democrático que nos quedaba.

 En mayo de 2014 se puso fin a la libertad de expresión. Definitivamente rota la Unión Europea y con problemas de orden público generalizados, algunos Estados decretaron que cualquier medio de comunicación, blog o red social debía obtener un permiso, en el que se comprometían a no poner en peligro mediante sus informaciones, la estabilidad económica y social de los Estados. 

También se legisló para que las grandes corporaciones transnacionales participaran activamente en mantener el control,  localizando y filtrando cualquier información inadecuada o potencialmente subversiva que apareciese en Internet.

Muchos nos rebelamos en contra de la censura y seguimos publicando las injusticias que veíamos a nuestro alrededor. Con el tiempo, las presiones, las multas y las amenazas fueron cada vez más fuertes. En algunos chat se comenzó a rumorear sobre misteriosas desapariciones. Hablaban de potentes furgonetas con cristales tintados, de mercenarios encapuchados entrando en domicilios y llevándose a personas incómodas. 

Es 30 de octubre de 2014, atardece y mi perra ladra furiosa a una furgoneta oscura que aparca silenciosamente en la puerta. A través de las cortinas veo al conductor, lleva la cara cubierta con un pasamontañas. Siento que mi tiempo ha llegado, que la muerte ronda mi hogar y que no tengo dónde escapar. Me siento en la terraza con un cigarrillo y saboreo un último atardecer otoñal… el ruido de la puerta abriéndose y el sonido atropellado de botas militares acercándose me hacen sentir un profundo escalofrío, pienso en mi mujer y en mi hijo ausentes, es mejor así… Me gustaría pensar que hice lo correcto pese a todo, pero no sé, todo cambió tan deprisa…

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