Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.
En estos días de mediados de agosto, he aprovechado para hacer un pequeño receso y tomar unas pequeñas vacaciones, ya que, con este calor tan abrumador, es prácticamente lo único que se puede hacer. O esto, o estar refugiado delante del ventilador ante un hilillo de luz, o metido en el agua permanentemente.
He aprovechado, como digo, para viajar un poco por el territorio y visitar de paso (profesión obliga) algunos restaurantes que tengo pendientes en mi agenda y que, de una manera u otra, o por un motivo u otro, están en boca también de unos y otros. Al final, tanto leer, como escuchar, como probar y comer, te va educando y, sobre todo, completando la cultura gastronómica sobre la que cada uno construye su discurso a través de los platos que sirve, precedidos a veces, solo a veces, de un relato que en ocasiones —quizás cada vez demasiadas— no se corresponde ni de lejos con el contenido del plato en cuestión, generalmente en lo que a la concepción sápida se refiere.
Desde mi humilde atalaya, Doña Filo, sencilla casa de comidas donde practicamos cocina asequible, franca, de evidencia palpable, criterio mesurado y concepción transparente, veo cómo en numerosas ocasiones y en numerosos también restaurantes de jóvenes emprendedores que se afanan por sacar adelante un proyecto propio, con un esfuerzo, casi siempre, ímprobo, sobrehumano y a veces ingrato, con un discurso propio y unas ideas no tan propias, se anteponen relatos. En muchos casos, estos relatos resultan aburridos, pedantes y faltos de consistencia, y lo que es peor, carecen de total interés gastronómico generalmente por la falta total de sabor o analogía con lo que se ha querido expresar.
Es muy respetable y, en muchos casos también admirable, emprender el camino revisionista de algunos platos, conceptos y elaboraciones para darles una vida más actual y, sobre todo, más divertida y placentera. Pero esta decisión necesita y debe estar avalada por un conocimiento vasto, por un bagaje grande y por una cabeza muy privilegiada. De lo contrario, es más prudente practicar cocina asequible, franca, palpable y transparente. Lo opuesto ayuda poco, deteriora la afición, te pone de mal humor y te vacía la cartera.
De modo que ahí van un par de recetas sencillas, dignas, accesibles, evidentes y muy claras:
En un recipiente hondo reunimos 700 gramos de mejillones en escabeche con su caldo y de la marca que más nos guste, 6 huevos enteros, 250 gramos de nata líquida 35% M.G., 300 gramos de tomate frito bien rico, 4 hojas de gelatina que previamente habremos remojado y ablandado en agua bien fría, escurrido muy bien y diluidas en un poco del líquido del escabeche que hemos calentado para el efecto, unas gotas de Tabasco y sal al gusto. Batimos muy bien, si puede ser en Thermomix 10 minutos a velocidad 8. Mejor colamos por un colador fino y reservamos en el frío durante 30 minutos. Disponemos tres terrinas metálicas de aproximadamente 20 cm de largo por 8 o 9 cm de ancho y también 8 o 9 cm de alto, y untamos con mantequilla por todos los lados para que no se nos pegue el pastel al desmoldar. Llenamos cada una de ellas con 500 gramos de la mezcla y horneamos a 140º durante 45 minutos en baño maría. Dejamos reposar en el frío al menos 6 horas para después desmoldar, porcionar, emplatar y acompañar con una buena ensalada de verduras y un alioli ligero. Muy fresco, sabroso, ligero y veraniego.
De segundo, una codorniz bien gordita, limpia de cualquier pluma, salpimentada y doradita en una sartén por todos lados durante 5 minutos, en un escabeche templado que habremos hecho pochando en aceite de oliva unos dientes de ajo, cebolla juliana, puerro juliana y zanahoria en juliana durante 15 minutos a fuego lento, para después añadir el vino blanco y el vinagre de Jerez a partes iguales. Reducir a fuego medio a la mitad para terminar añadiendo agua hasta cubrir las codornices, sal, laurel, pimienta negra en grano, algún clavo, un trozo de canela, tomillo, orégano y una peladura de naranja. Dejar cocer a fuego lento durante 90 minutos para después reposar hasta enfriar. Conviene hacerlo con 24 horas al menos de antelación. Acompañar con un cogollo de lechuga a la mitad y pasado por la plancha, un chorreón de buen aceite y sal en escamas. Riquísimo.
De postre, una buena rodaja de sandía, ¡con pipas por favor! ¡Qué más se puede pedir!
LA CARGA DE NARANJAS
Amarilla era la carga
que brillaba en el serón,
y vivimos sensación
y emoción que nos embarga.
Don Quijote con adarga,
mi padre trajo en la mula,
con la que el mundo circula,
cargamento de naranjas,
y fueron sus gajos franjas
que a mi boca se vincula.