El caldo de la marmita: otro cierre más

Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.

Es cierto, el título no es nada halagüeño. Otro cierre más, aunque esta vez provocado por algo que en algún momento todos deseamos, la ansiada jubilación como sinónimo del descanso del guerrero después de una lucha infinita, de un esfuerzo titánico por mantener a flote un negocio, de una paciencia inmensa para aguantar sinsabores y de un sentimiento de ofrecer servicio que nunca podremos agradecer bastante. Si, les hablo del Bar Restaurante Chicote’s de mi pueblo. Acaba de cerrar sus puertas después de muchos años de apertura diaria, de compromiso con sus vecinos, de ofrecer su casa como si fuera la de uno mismo, de domingos eternos en que no se veía la manera de echar el cierre, de fines de semana de mal comer, de mal subsistir y de mal descansar, de aguantar maleducados, borrachos y desagradecidos anónimos. Amén de otras satisfacciones, que las hay y muchas, solo faltaría ya, esto que acabo de relatar parece entre exagerado e increíble. Se preguntarán ustedes pues, y yo también, ¿qué profesión u oficio aguantaría todas estas circunstancias sin mover un dedo, sin fruncir el ceño y sin mermar una pizca su profesionalidad?, ¿qué hace que a pesar de todo no tiremos la toalla cuando, además, la recompensa económica ni siquiera es colosal? Señores, esta es la cuestión por la cual apelo constantemente al agradecimiento debido y merecido. La vida que hay que estar dispuesto a llevar para regentar con honorabilidad, con profesionalidad y con verdadero sentimiento de servicio, un negocio de hostelería requiere, sin duda, estar hecho de una pasta muy especial. Es cierto, me dirán, que nadie le manda a uno meterse en semejante berenjenal, pero piensen ustedes en la muy hipotética situación de que no hubiera en el pueblo un maldito sitio donde echar un trago o llevarse algo al estómago, creo que nadie es capaz, en estos momentos, de imaginárselo. Recuerdo, de niño, un bar siempre limpio, a Maruja y Lolo como si fueran parte del mobiliario, unos ventiladores de techo que parecieran estar allí de toda la vida, el televisor funcionando permanentemente y a entera disposición de los clientes (en algún momento fue el único que había en el pueblo), el dispensario de quinielas de futbol, de leche fresca y también de dinero fresco como agencia de banco, no me digan que no era la caña, disculpen, agradecimiento no, un monumento. Recuerdo las banderillas de encurtidos, los polos de Avidesa, la Mirinda, bueno, tantas cosas. Los tiempos cambiaron, la generación también cambió, con ellos el concepto, las banderillas por tapas más imaginativas y de gran calidad, Avidesa por Frigo, Mirinda por Fanta y el bar por un restaurante que siempre ha estado muy significado en la famosa guía Michelín. Pero lo que no ha cambiado lo más mínimo ha sido el compromiso, la abnegación, el sentimiento de servicio, la paciencia, la profesionalidad y las ganas de estar a la altura de lo que otra generación les dejó.

FOTO: Los hermanos Chicote, Juan y Álvaro.

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