Categoría | Productos de la tierra

El caldo de la marmita: tiempo de vendimia

Por Julio Reoyo Hernández. Cocinero. Restaurante Doña Filo.

Los finales de verano de mi adolescencia han sido muy similares e incluso igualmente significativos. A finales de septiembre, principios de octubre, recién acabado el verano, comenzaba la vendimia en la zona. Se abría la cooperativa, las maquinarias se ponían a punto y los viejos y desvencijados bidones cubiertos de su pátina herrumbrosa habitaban la plaza de San Juan. También para mí comenzaba, pues he ido en numerosas ocasiones a vendimiar, navaja en mano y en compañía de mi madre, pan del bueno, un generoso pedazo de queso bien curado y, esta vez, sin postre, mi madre siempre me decía lo mismo “el postre lo tenemos ya allí“ y remataba, “ya sabes, uvas y queso saben a beso, no lo olvides“. Siempre fue un trabajo duro, quizás con 14 años menos duro y un tanto desazonador cuando levantabas la vista y veías lo largo que era el linio y lo extensa que era la viña, pero también infinitamente alentador cuando llegabas a una cepa repleta y rebosante, te daban ganas de comértela entera, cortabas racimos hartos, maduros, sanos y a la vez hermosos –“mira mamá“–, instinto primigenio en estado puro. Otra cosa eran las avispas, ¡cuidado ahí!
Ha pasado el tiempo, ya saben, bastante tiempo,  y aquellos recuerdos hoy se han traducido en algo más ilusionante aún. Ismael se está iniciando en el mundo profesional de elaboración de vino, de momento bodeguero elaborador a secas, esperemos algún día no tardando, también en bodeguero viticultor, creo que esta parte es la más bonita, aunque la otra, la más satisfactoria si todo ha ido bien, claro. Los resultados han sido muy encomiables con un conocimiento novel y unos medios en precario en proceso de mejorar.
Como casi todo lo que produce la tierra, siempre de manera casi mágica adquiere, de nuestra mano también, un sentido paternal, orgulloso, entrañable, reconfortante y también mágico.
He visto como la zona, en particular la mía, se ha ido despoblando de viñas pero, por otro lado, también estoy/estamos asistiendo a un resurgimiento del todo lógico y por fin del viñedo que nos queda más cercano, las estribaciones de la sierra de Gredos. Viñedos y vinos que  están acaparando una inusitada admiración de la que yo, también, me siento muy orgulloso, como no podía ser de otra manera y a los que damos buena importancia y prioridad en nuestro restaurante.
Tengo en mi cámara unos racimos de uva tinta de Toro bien maduros y tersos, creo que voy a desalar un buen trozo de lomo de bacalao, lo voy a pasar por la plancha por el lado de la piel, para terminarlo en el horno y lo voy a acompañar con unas raciales migas con un daditos de chorizo semicurado, unas gotas de sobrasada caliente desleída, unos trazos de puré de orejones y, por último, las uvas ligeramente salteadas en unas gotas de aceite bien restallantes y repartidas por el plato. Redondo, completo, atractivo y muy apetecible.  ¡Si lo viera mi madre…!

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