El lujo innecesario.
Por Pierre Garní.
Recién abierto este restaurante, de apariencia lujosa, situado en un espacio también lujoso, en el centro comercial La Finca en Pozuelo que incita, sin duda, a la reserva.
El aspecto no puede ser más deslumbrante, decoración brillante y fastuosa. El recibimiento muy correcto, por parte de todos y cada uno de los integrantes del servicio, dimos como ocho o nueve buenas tardes, quizá alguno más. Mesa extraordinariamente bien vestida y vistas a un campo de golf bien verde.
La carta de comida regida por los cánones de asador vasco, no muy extensa pero bien construida y una carta de vinos, también bien diseñada y, en este caso, muy extensa y diversa.
Comienza la comida con un pan horneado, enseña de la casa, con núcleo de mantequilla que estaba muy bueno. Compartimos varios entrantes; llegan unas anchoas magníficas acompañadas de unas tostas con mantequilla y piparras, conjunto agradable. Unas alcachofas confitadas y a la brasa que estaban deliciosas. Una fabada que fue un verdadero desastre ¡qué atrevimiento servir una fabada tan mala! y por último unos “callos del caserío” que realmente eran muchos garbanzos pedrosillanos duros con unos pocos de callos, no fue un desastre, fue un engaño.
Con los segundos platos sucedió algo parecido, el steak tartar de vacuno (aliñado en gueridón por el maître) fue lamentable, encharcado de aceite de oliva, el rabo de toro de lidia “certificado” guisado al vino tinto, fibroso hasta no más, las cocochas de merluza a la brasa, hermosas, bien asadas pero viejas, se ve que nos las piden demasiado y el pollo coquelet de Las Landas a la brasa, correcto, no se apreciaba demasiado el origen que le suponíamos y que se describía en la carta.
Arruinaron nuestras ganas de tomar postre, lo suplimos por café, con demasiada acidez y regamos todo aquello con un Familia Garnacha del Somontano magnífico.
El servicio completamente deslavazado y desordenado, carente de instrucción y, en apariencia, ignorante de cuanto estaban sirviendo. Es importante que el cliente sepa en todo momento lo que está comiendo, se agradece y reconforta. En fin, una mala experiencia que esperamos se corrija con el tiempo y el rodaje, aunque el “sartenazo” no nos lo quitará nadie.