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El caldo de la marmita: Celebrando la Hispanidad (El viaje comestible)

Un año más celebramos la hispanidad, una reminiscencia más del descubrimiento de América. Por cierto, resulta paradójico esto del descubrimiento, más bien deberíamos decir conquista; es una palabra que se ajusta mucho más a la realidad. Casual, pero conquista. Hay que recordar que cuando los españoles llegan al Nuevo Mundo, este ya estaba habitado por entre 40 y 60 millones de personas formando sociedades bien organizadas como fueron la Inca, la Azteca o la Maya. Pero dejando a un lado esta pequeña controversia, vamos a lo que nos interesa: las cosas del comer.
La relación existente a partir de entonces entre América y Europa revolucionó por completo ambas gastronomías. Sus despensas sufrieron cambios extraordinarios que generaron una nueva culinaria, unas nuevas costumbres, visiones muy diferentes e innovadoras de la cocina y, por supuesto, un colosal y muy próspero negocio, especialmente para Europa. Es lo que tienen las conquistas.
Recordemos las hambrunas que en Europa remedió la patata, pero imaginemos la inexistencia de la tortilla de patatas, la ausencia de maíz para tantísimas elaboraciones, del tomate, el pimiento, el girasol, el cacao, la piña, el tabaco… Seguiríamos cocinando con cebolla, pimientas y laurel y comiendo gachas, carne y más carne. Tengo que decir que, en nuestro caso, la aportación de todos estos productos cambió la manera de cocinar, es decir, los platos se llenaron de matices, acompañamientos y mucha más diversidad y vida. Cambió algo tan habitual como es el aspecto de la propia comida. Aquello de que la comida entra por los ojos se hizo realidad; comer empezó a convertirse en algo un poco más gastronómico, en cierto modo, el comienzo de una cocina moderna. Pero en España no supuso una gran revolución gastronómica como tal, no provocaron una cocina identitaria con platos que nos representen ante el mundo salvo la mencionada tortilla de patatas y el Ducados.

Desembarco de Colón, de Dióscoro Puebla (Museo del Prado).

Veamos que sucedió al contrario. A América llevamos cereales, arroz, azúcar, vides, plátanos, café, cítricos, olivos, etc., y animales, carne, mucha carne. Pues bien, con estas mimbres, por ejemplo, Perú nacionalizó un plato que ha sido, además, exportado al resto del mundo, el ceviche, los argentinos y paraguayos se ha hecho los dueños mundiales de la parrilla, los ecuatorianos y costarricenses en productores y grandes exportadores de plátanos, los caribeños en amos y señores de la producción de azúcar, los colombianos en famosísimos productores de café, y todo esto gracias a lo que los españoles les llevamos en aquellos viajes.

Bodegón con pepinos, tomates y recipientes, de Luis Egidio Meléndez (Museo del Prado).

Sin duda, ellos consiguieron revolucionar su gastronomía infinitamente más que Occidente y sacarle mucho más rendimiento y por diferentes caminos, nosotros nos llenamos la barriga —y no digo ya los bolsillos— con más alegría y regocijo.

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