Archive | febrero 3rd, 2018

La Biblioteca del Monasterio de El Escorial y la esfera armilar

Sobrio, dominante y sereno se erige el Monasterio de El Escorial en sitio escogido. Fiel reflejo del monarca que reinó desde la austeridad y recogimiento un gran imperio, Felipe II, protector de las artes y las ciencias recoge en la Biblioteca, algo más que una colección de libros. Dos columnas flanquean la entrada al salón de 54 metros de largo por 9 de ancho y 10 de alto en el punto central de la bóveda. Destacan las maderas finas de la puerta y de la estantería dórica diseñada por Juan de Herrera, de caoba, ébano, cedro, naranjo, en contraste con el blanco y pardo mármol del pavimento.
La Biblioteca, estancia común donde concurrían todos los habitantes del Monasterio, se asienta sobre el zaguán contiguo a la puerta principal, y recorre toda la distancia que hay desde el Claustro grande del Convento hasta Palacio, de esta manera une Convento y Colegio. La idea de Miguel Ángel, una biblioteca compuesta de una sola nave alargada, con ventanas muy bajas que inundan de luz, de poniente el gran espacio de planta rectangular.
Centrémonos en la bóveda de la “Sala de los Frescos” y sus siete divisiones que representan los siete pilares de la sabiduría: Astronomía, Geometría, Música, Aritmética, Dialéctica, Retórica y Gramática. Dos testeros con la Teología y la Filosofía en el medio punto coronan el largo salón. Entramos desde el Convento por la Teología y salimos bajo la Filosofía hacia el Colegio. Ingenio nada casual como toda la construcción herreriana. La Astronomía o Astrología desde que Ptolomeo uniera las dos disciplinas, se encuentra recostada sobre un globo celeste y varios niños alrededor que estudian los astros. Por encargo del monarca, el pintor italiano Pellegrino Tibaldi representó en la bóveda a Ptolomeo, Alfonso X “el Sabio”, Euclides y Juan Sacrobosco. A la izquierda de los astrónomos, un fresco de un eclipse sobrenatural, enfrente el rey Ezequías en cama y el profeta Isaías, quien le promete quince años más de vida; como garantía le muestra un cuadrante solar cuya sombra retrocede diez grados. Bajo el fresco de Ptolomeo, la esfera armilar de madera con la que estudió los movimientos de los astros, descansa sobre un pie de cuatro sirenas.
Cuando el joven Felipe III cumplió los seis años recibió un maravilloso regalo, una esfera de armillas metálicas y de madera, que su padre montó en sus habitaciones con sumo esmero y cuidado. La esfera viajó en dos cajas desde Florencia por encargo del cardenal de Medici hacia Nápoles, donde embarcó y navegó rumbo a Alicante. Construida por Antonio Santucci, fue en realidad un obsequio del Ducado de la Toscana, Don Fernando de Medici, a Felipe II en 1582. Se trata de una esfera didáctica que muestra las coordenadas celestes de los astros, y no es válida para tomar observaciones (ni como juguete para el joven príncipe). Su función principal es la observación del Universo práctico, las distancias equidistantes, que no reales, se sitúan mediante coordenadas, latitudes, siendo la armilla central el ecuador celeste, la elíptica, el horizonte, el zodiaco invención de Ptolomeo, la rosa de los vientos; un total de 32 posiciones. Circunferencias con los grados tallados que representan las horas y en su interior el globo terráqueo, centro del Universo y sin inclinación. Rectitud y geocentrismo, el paradigma de la Grecia clásica arrastrado hasta Copérnico. Un siglo después Galileo con su telescopio observó los astros, los anillos de Júpiter y puso a la Tierra en su sitio.
La esfera armilar sirvió a los astrónomos para explicar los movimientos de los astros y sus cálculos. Las armillas, una vez situadas de manera que se dirigieran hacia una estrella, mostraban sus coordenadas celestes sobre unas escalas graduadas. Debajo del sistema de anillos, se pueden observar las tablas astronómicas, un almanaque con las distintas posiciones de las estrellas en diferentes periodos del año. Los meridianos exteriores coinciden con los equinoccios de primavera y otoño, y los solsticios de invierno y verano. Las estanterías de manuscritos y libros centenarios dejan un amplio espacio con cinco mesas de mármol y jaspe, dos veladores ochavados de pórfido y en el centro, objetos científicos, astrolabios, cartografía y otras esferas repartidas a lo largo de la nave. La Real Biblioteca bien merece otra visita, y otro modesto artículo.

Cristina Eguíluz Casanovas.

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Santa María la Real de Valdeiglesias, una joya histórica cada día más viva

Nuestra Comarca no existiría sin el Monasterio Santa María la Real de Valdeiglesias y, de existir, sería muy diferente. La construcción en el Siglo XII de un monasterio en un lugar de frontera fijó una población que, poco a poco, conformó lo que hoy conocemos como Sierra Oeste de Madrid. A día de hoy sigue siendo difícil comprender los siglos de historia y la grandeza de uno de los enclaves históricos más importantes de la Comunidad de Madrid, además de uno de los más desconocidos y abandonados durante muchos años.
El Ayuntamiento de Pelayos de la Presa y la Fundación Monasterio Santa María la Real de Valdeiglesias llevan años en un empeño que parecía prácticamente imposible de continuar el trabajo puesto en marcha durante buena parte de su vida por Mariano García Benito, cuyo esfuerzo y voluntad era recuperar el prestigio y el esplendor de lo que durante muchos siglos fue el verdadero motor de nuestros municipios. La idea es recuperar y fijar, respetando los materiales originales, no reconstruir, que sería, quizás, más sencillo, pero rompería la magia verdadera que rodea un edificio imposible de evaluar desde fuera y que poco a poco sigue demostrando todo lo que puede ofrecer a Pelayos de la Presa y al resto de la Sierra Oeste, porque tenemos entre las manos una verdadera joya arquitectónica que, por fin, aunque está costando mucho trabajo, mucho sudor y mucho esfuerzo por parte de muchas personas e instituciones, se está convirtiendo en un enclave cada día más visitable y turísticamente viable.
Los últimos trabajos permiten acceder al claustro del monasterio a través de la puerta de la hospedería, así como a los restos de la iglesia —el lugar por el que se empezó a construir el lugar— y estar junto a los retazos del altar, recorrer las ruinas de este origen de nuestra historia es toparse con robusto granito, con la grandiosidad de lo que tuvo que ser en tiempos, con restos de arte mozárabe y mudéjar, con una pequeña capilla de un estilo semejante a la iglesia mozárabe de Santo Tomás de las Ollas, en Ponferrada o incluso un aljibe que permitía hacer circular el agua recogida por la lluvia a diversas dependencias del edificio. Estamos ante un enclave realmente mágico, complicado de entender en toda su grandiosidad.
Las reformas y fijados van poco a poco, intentando, en primer lugar, evitar que lo que queda en pie se desmorone o resulte un peligro para todos los posibles visitantes y, después, convertir en lugar en un rincón más vistoso y visitable. Uno de los detalles que más llaman la atención de estos últimos trabajos arquitectónicos y arqueológicos es la implantación de una escalera metálica de caracol que permitirá en el futuro el acceso a uno de los puntos visitables de la segunda planta, así como los esfuerzos que se están poniendo en recuperar la visibilidad de todos los estilos utilizados en el monasterio sin añadir, siempre que es posible, nada que no sea material original.
En su afán por recuperar la grandeza de este paraje tan singular, la Fundación y el Ayuntamiento, responsables del Monasterio, han puesto en marcha una serie de visitas guiadas que se convierten en apuntes de historia, sociedad, actualidad y arqueología. La última de estas visitas se llevó a cabo el pasado domingo 28 de enero, dentro de los eventos organizados con motivo de las fiestas de San Blas de Pelayos de la Presa. Rafael Rodríguez fue el responsable de mostrar a todos los visitantes toda la riqueza que les rodeaba. Y la visita fue un éxito rotundo.
Más de 200 personas se dieron cita en el Monasterio y recorrieron con Rafael toda la zona visitable actualmente, conociendo los últimos trabajos de restauración y conociendo toda su historia, desde el inicio de su edificación hasta nuestros días, sin olvidar el momento en el que un arquitecto se llevó la sorpresa de su vida al leer en un periódico un anuncio que rezaba: “Se venden ruinas de un monasterio”.
Si tienes interés en recorrer el Monasterio de forma guiada, la Fundación permite concertar visitas para grupos de un mínimo de 20 personas escribiendo al correo electrónico visitas@monasteriopelayos.es. También hay programadas algunas visitas para los meses venideros, las próximas visitas organizadas se realizarán el 10 de febrero, 10 de marzo, 7 de abril, 12 de mayo y 9 de junio.
Si estás interesado en encontrar más información, visita:
http://monasteriopelayos.es

Javier Fernández Jiménez.

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