Categoría | Firmas, Opinión

‘El virus sin corona’, por Miguel Moreno González

                  Se acuesta roto y se levanta como un puzle deshecho. Le duele todo: Las lumbares, las pestañas, los ojos, el pecho, la garganta y el corazón a veces también le duele… Su fatiga es como un pesado fardo que a duras penas soporta. En ocasiones no puede erguirse ni calzarse las zapatillas. El agotamiento y las molestias le impiden mantener una mínima y decente verticalidad.

                La otra mañana se sentó en la terraza frente al sol. Llegó titubeante a la silla antes de quedarse sin fuerzas. Sintió tal impotencia que se abandonó indiferente a su suerte. Según miraba abatido el horizonte recordó –una vez más- la frase de Miguel Hernández: “Tanto penar para morirse uno…” Más tarde se encontró mejor. El virus sin corona suele darle una tregua entre las 12:00 y las 18:00h… Luego reaparece y se acuesta sobrecogido, triste y apenado.

                Hoy oyó el piar gozoso de los pájaros y se entretuvo observando sus graciosos y preciosos arabescos. Ese ir-y-venir buscando sustento entre los árboles y la nieve, le pareció como un hermoso ballet etéreo, semejaban ángeles pequeños jugando a los juegos de siempre. Los tordos son los más activos y su canto le agrada, aunque no es el de la oropéndola ni el del ruiseñor anunciando la llegada de la primavera en el Valle de Tórtolas. ¡Qué va! ¡Dónde va a parar…!

                Hay noches que duerme poco y mal. Tiene pesadillas desagradables pero molesta lo imprescindible a los demás. Colocó un bastón junto a la cama para ayudarse e ir al servicio. Si le duele la cabeza o respira con dificultad, aprovecha el viaje y se toma un Paracetamol o un Ibuprofeno. La otra noche lo pasó fatal, se vino abajo… ¡Qué duro debe ser morir entre dolores!

                “Hay que soportar y resistir para ser más fuertes en el futuro…” Este virus sin corona no es un caballero. Es cruel y traidor. Es un asesino sin escrúpulos que aguarda agazapado en un callejón oscuro para, sin piedad y a traición, asestarle una vil puñalada. Unos arcángeles de blanco le arrebataron el puñal al criminal cuando se lo iba a clavar.

                Los pajarillos, los niños y los ángeles trabajan en los hospitales. Se mantienen activos todo el día sacando fuerzas de flaqueza. Nunca protestan, no se les distinguen los rostros. Únicamente imploran con sus miradas comprensión mientras raudos van de habitación en habitación, de lamento en lamento. Hay momentos que parecen acariciar la esperanza espesa de la clínica bajo esa indumentaria suya espacial…

                Gracias a ellos y al ánimo que le restaba consiguió rehacerse: “¡Gracias por salvarme. Nunca os olvidaré!” Lloraban emocionados cuando le vieron abandonar el hospital. Caminaba seguro repartiendo ánimos a quienes recibían fuerzas e ilusiones frente al sol. “Queda poco para que el ruiseñor cante en el Valle de Tórtolas y en vuestros corazones…”

                                                                                              Miguel MORENO GONZÁLEZ

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